No he escrito nada en los últimos días. Han sido días intensos, en los que he estado más pendiente de que el cielo no se desplomase sobre mi cabeza que de visitar nuevos lugares. Pero, sobre todo, he conocido a gente estupenda, con la que he pasado un tiempo muy enriquecedor.
El viernes, cuando se anunciaban lluvias, aunque no tan intensas como las del fin de semana, me dirigí hacia Astudillo, previa parada en Santoyo. Son poblaciones muy próximas a Villasirga, con un patrimonio muy destacable. En Astudillo visité el castillo (lo que queda de él), la iglesia de Santa Eugenia, convertida en museo, y el convento de Las Claras. De las clarisas, diríamos en Sevilla. Es un convento de clausura, con 22 monjas, ocho de ellas «negritas», según me contó la hermana encargada de enseñar la iglesia (muy hermosa, de inspiración mudéjar) y el Palacio de Pedro I. El resto del monasterio es clausura.
Astudillo fue un núcleo de población importante y eso aún es visible. Decidí acercarme a comer a Monzón de Campos, famoso por su castillo, cerrado estos días. Y hoy volvía a tocar siesta. Al despertarme, en el club social de Villasirga en que se convierte cada tarde el patio del Hostal Doña Leonor, donde me estoy alojando, allí estaban ellos, Sonia y Roberto. Sevillana ella, vallisoletano él, los hospitaleros voluntarios encargados esta semana del albergue de la Orden de Malta, que se encuentre justo en frente del hostal.
Han sido un descubrimiento. Los hospitaleros y el albergue, con sus peregrinos incluidos, la mayorparte de ellos extranjeros. Villalcázar de Sirga, a sólo cinco kilómetros de Carrión de los Condes, no es un lugar en el que paren muchos peregrinos. Pero todos los días (o casi todos), algunos paran. Sonia y Roberto, por su cuenta y riesgo, les ofrecen una cena casera y familiar, que los peregrinos agradecen de forma efusiva. Esta noche, domingo, será la última cena, porque mañana lunes vuelven a sus quehaceres habituales y serán otros (u otro) los hospitaleros (o el hospitalero) que vengan a atender el albergue. La vida pasa y benditos los ojos que pueden contemplarla.
El fin de semana lo he pasado prácticamente con ellos. Una vez que marchan los peregrinos y ellos dejan preparado el albergue para los nuevos que lleguen, tienen libre, por así decirlo, el resto de la mañana, hasta las 13.30 horas, cuando se abre de nuevo el albergue, para atender a los peregrinos que empiezan a llegar a esa hora.
El sábado fuimos en el coche de Roberto a visitar la Villa Romada de Olmeda, en la que yo ya había estado, lo que permitió que yo mismo les hiciera de guía del yacimiento, ya que no había visitas guiadas, como la que yo hice la primera vez, hasta el día siguiente. Y el domingo yo intenté llegar a la Abadía de la Trapa, sin éxito, mientras ellos visitaban la iglesia de Támara. Digo que lo intenté, sin éxito, porque no supe llegar. En el GPS no conseguí localizar el monasterior y puse el pueblo de referencia, pero, siguiendo las indicaciones, me pasé la salida en dirección al monasterio. Seguí buscándolo hasta que, ya en la provincia de Valladolid, decidí dar la vuelta y regresar.
Había sido una mañana complicada para la moto, por la lluvia y el viento. Y, cuando ya iba rumbo a Palencia, descubrí, un poco tarde para meterme por ella, la salida hacia el desvío que me habría de llevar a la abadía trapense. En cualquier caso, ya no llegaba a tiempo de oír la misa en gregoriano, que era lo que yo pretendía. En otra ocasión será. Otro motivo más para volver a Palencia.