En la entrega del Premio Moments a Gualberto
El Festival Moments entrega cada año su reconocimiento a una persona, cuando menos, singular en el mundo cultural y artístico. El Festival Moments, puro y auténtico underground a base de voluntad, libertad y esfuerzo, celebra en estos momentos su novena edición. Y por segundo año consecutivo han contado conmigo para presentar al homenajeado en el acto de entrega del premio.
El año pasado fue Gonzalo García Pelayo. Estaba iniciando ese proyecto suyo, un poco loco, por el que ha terminado haciendo once películas en un año. Algo disparatado, ciertamente… Pero, sin embargo, cuánta falta hace, en el momento en que nos encontramos, que en el mundo de la cultura, esa pequeña isla casi a salvo, no del todo, pero casi, de la mediocridad reinante aparezca gente como ésta haciendo alguna de esas locuras que muy pronto se reconocerán como algo necesario para agitar conciencias y desterrar estereotipos grises a causa del polvo que tienen acumulado encima.
Y fue Gualberto, precisamente, quien le entregó a Gonzalo García Pelayo el reconocimiento del Festival Moments, que en esta ocasión le ha correspondido a él, por su meritoria, larga y brillante carrera, que aún no ha terminado. A él va este pequeño y sincero homenaje, desde el cariño y la admiración que le profesamos todos quienes lo arropamos en este acto.
Gualberto, con nombre propio
Gualberto es de esos pocos artistas que no requieren que se les presente. Forma parte, lo creo sinceramente, de ese club selecto, de ese olimpo de estrellas habitado por artistas que no necesitan apellidos, a los que se les conoce y reconoce por su nombre de pila. Estrellas del firmamento artístico que brillan con luz perpetua, como Elvis o como Silvio, además de algún otro, de los que no necesitamos su apellido para que su música y su arte se hagan presentes en nuestra cabeza.
En el caso de Gualberto, su nombre, que no es demasiado común, ayuda. Que me corrija si me equivoco, en tierra de Guadalquivires, Guadaíras o Guadaletes, podemos pensar que el nombre de Gualberto tiene origen árabe, pero no. Su nombre proviene del germánico Waldo y significa aquel que ejerce el poder de forma brillante.
Si cambiamos poder por poderío y arte, creo que el nombre le viene al pelo.
También estuvo allí
Gualberto es, como a veces se dice de Manuel Chaves Nogales, el hombre que siempre estaba allí. El músico que siempre estaba allí.
Estuvo en Los Murciélagos, con 17 años, con Silvio, precisamente. Fue en la época en que Silvio le dijo aquello de que ya era hora de que dejara de ser un músico aficionado y tocara con los grandes. «¿Y quiénes son los grandes?», preguntó Gualberto. «¡Pues quiénes van a ser!», dijo Silvio: «Mane y yo».
Estuvo también en Smash, en la época más progresiva y cuando el Garrotín, una de aquellas locuras de las que hablaba antes, que alguien tiene que hacer. Y la hicieron los Smash de Gualberto, Julio Matito, Henrik, Antoñito y Manuel Molina, otro al que si se le deja sin apellido también podría estar en el olimpo de los artistas con nombre de pila.
Gualberto estuvo en Woodstock. En el de verdad, en el de los hipies de 1969. Y hasta lo entrevistaron para la televisión americana.
Gualberto coincidión con Silvio en Los Murciélagos, cuando tenía 17 años. Un día Silvio le dijo que ya era hora de que dejara de ser un músico aficionado y tocara con los grandes. «¿Y quiénes son los grandes?», preguntó Gualberto. «¡Pues quiénes van a ser!», dijo Silvio: «Mane y yo».
Esto es muy importante. Porque siempre se habla de la influencia que la música americana, también la inglesa, pero sobre todo la que llegaba a una España aislada del exterior a través de las bases americanas, tuvo en la conformación de esa música fabulosa de la que ha bebido prácticamente toda la que se ha hecho en España posteriormente, que surgió aquí mismo, muy cerquita de donde nos encontramos (Jesús de la Rosa nació en la calle Feria) y que luego hemos conocido con el nombre de rock andaluz.
Y Gualberto, en vez de quedarse aquí a esperar lo que fuera que iba a llegar, decidió cruzar el charco, e irse directamente a EEUU a beber de las fuentes de la que brotaba esa música que tanto influyó en los jóvenes de aquella generación. Se marchó, según confesión propia, buscando una oportunidad para Smash, porque el padrastro de su pareja americana tenía un teatro en el que habían actuado Frank Sinatra y Elvis. Y Gualberto quiso probar suerte.
Haciendo las américas
Aquella oportuniodad no se presentó. Su novia se marchó a estudiar a otro estado. Y él se quedó en Nueva York. Se compró un sitar y se pasaba todo el día tocando en los parques de la Gran Manzana. A los americanos les encataba su forma de tocar, ¡a quién no!, y se lo rifaban para que tocara con ellos. Tocó con algunos de aquellos grandes músicos a los que él idolatraba, aprendía con ellos y les enseñaba lo que él sabía, flamenco. En EEUU entró en contacto con el jazz y con el folk y empezó a componer sus propios temas, que luego grabaría a su regreso en aquellos dos discos antológicos, como fueron “A la vida y al dolor” y “Vericuetos”.
Aquello fueron sus primeros principios. Pero realmente, Gualberto tiene muchos principios. Digamos que es un hombre de principios.
Había empezado con el flamenco, en casa, que es la música que le escuchaba cantar a su madre, justo después de cambiar las botas, porque Gualberto iba para futbolista, por una guitarra. Ha trabajado con Ricardo Miño, con Agujetas, con Lole y Manuel… A los cantauores, Carlos Cano, Benito Moreno y muchos otros, les hizo arreglos…
También le dio por el rock, por Jimi Hendrix, al que le dedicó sus Tarantos, y por otros muchos. Luego descubrió el sitar y la música india, y como vea una alfombra, capaz es de echarse al suelo para tocar. Después, o más bien antes (también fue en EEUU), se enganchó a los cuartetos de Beethoven. Se los estudió, se los aprendió e hizo los suyos propios. Ha compuesto música para instrumentos de cuerda y para vientos, ha hecho composiciones sinfónicas y música para teatro… En fin, la lista de todo lo que ha hecho y sigue haciendo es interminable.
Y ahora, después de todo esto, le ha dado por la hostelería. Por las tapitas. Cada día, durante casi diez años, nos ha estado regalando una doble pincelada, musical y pictórica, con el sabor de todo lo que ha sido y es. No sabe cuántas hizo, pero afirma que más de mil, seguro. Muchas más.

Sensibilidad y capacidad
Gualberto es un artista inconmensurable. Pocos artistas hay que tengan una sensibilidad tan grande hacia casi cualquier forma de música y con la capacidad que él tiene de absorber como una esponja todos los estilos y todas las tradiciones musicales con las que entra en contacto, para hacerlos suyos. Tiene un registro inmenso, que abarca de lo más tradicional, como el flamenco, a lo más vanguardista. Pero siempre con un sello propio.
Yo soy enemigo de las etiquetas, especialmente en la música, por aquello que decía Miles Davis cuando le reprochaban que su disco sobre música española (“Sketches of Spain”) no era jazz… “¿Y qué? Es música y a mí me gusta”, decía él. En el caso de Gualberto, además, es tantas cosas al mismo tiempo, que sería imposible (e inútil) etiquetarla.
Su música es transparente, limpia, serena. De una enorme sensibilidad. No esconde nada, porque a través de sus composiciones, una amalgama de armonías que se han bañado en las aguas del Guadalquivir, el Ganges y el Misisipi, podemos encontrarnos a un entrañable tipo de Triana, con sombrero y pelo largo, que disfruta (y hace disfrutar) de una conversación alrededor de una copa de manzanilla. Si como artista es alguien excepcional, mucho mejor es como persona.
Pocos artistas hay con una sensibilidad tan grande y con la capacidad que él tiene de absorber como una esponja todos los estilos y todas las tradiciones musicales con las que entra en contacto, para hacerlos suyos. Su registro abarca de lo más tradicional, como el flamenco, a lo más vanguardista. Pero siempre con un sello propio.
Acabo. Llega el momento de entregarle a Gualberto el premio del Festival Moments 2022 y de poder escucharlo a él. Sólo digo una cosa. El año pasado fue él quien entregó este premio y esta vez es él quien lo va a recibir. Así que vamos a estar muy atentos a quien se lo entregue, que, quién sabe, igual recibe el premio el año que viene…
Antonio Smash y Ricardo Miño
Suben a entregarle el premio otros dos artistas tan grandes como Gualberto. El «hermano pequeño» del trianero, que sigue siéndolo aunque ya no tenga 16 años como cuando coincidieron en aquella banda mítica, Antonio Smash, y el maestro de guitarristas Ricardo Miño. Durante la charla posterior se recordó a artistas como Silvio, Mane (presente en el homenaje a Gualberto), de los Smash, obviamente, de los Storm, de Triana, de Alameda, de Cai, de Guadalquivir y el Manglis, de Manuel Iman…
Antonio Smash recordó su primer encuentro con Gualberto, mientras ensayaba y un tipo vestido de negro y con el pelo corto por estar haciendo la mili acudía cada día a verlos tocar. «Ese fue el traje con el que toqué en Los Murciélagos», recordó Gualberto. También se refirió a un viaje a Chipiona en un isocarro en el que entraron ¡once personas!, además de todo el equipo de la banda. O a cierto desmadre en el grupo, que hizo que Antonio escribiera a Gualberto, inmerso en su aventura americana, cuando los correos llegaban por barco. También al alumbramiento, casual e improvisado, del Garrotín, que marcó un punto de inflexión tanto en la música como en el porvenir del grupo.
Del desencuentro que sucedió a la grabación del disco en Playa de Aro, Manuel Molina, entonces en Smash, sacó una guitarra Santos Hernández, el equivalente en el mundo de las guitarras de un violín stradivarius, tal y como recordó Ricardo Miño, que le dio el cambiazo cuando vinieron desde Cataluña a recuperar el equipo y la furgoneta que los Smash se habían traído de Barcelona tras romper con Oriol Regás.
Ricardo Miño rememoró también la época en que Gualberto y él se recorrieron media España tocando juntos en concierto, «cuando íbamos en la avalancha andaluza«, en la que participaban los Storm, Alameda, Guadalquivir, Triana y Gualberto con Ricardo Miño. Tras Storm, que era pura fuerza, no podía actuar Triana, que era la banda que tenía tirón y por la que la gente pagaba para asistir a aquellos conciertos. Triana tenía un sonido más melódico y después de los Storm, que dejaban al público muy excitado, no podían tocar ellos. «Así que Gualberto y yo tocábamos antes de Triana, y apaciguábamos al público para que luego saliera Triana a tocar».