El camino más corto de un cineasta en la India

Las dos películas rodadas en la India por Gonzalo García-Pelayo como parte del proyecto de hacer 11 películas en un año, son dos historias llenas de color, música y vida. Muy diferentes y muy similares al mismo tiempo, constituyen dentro del proyecto un tándem cargado de espiritualidad, sensualidad y reencuentros con uno mismo.

En noviembre, antes de haber visto ninguna de las nuevas películas de Gonzalo García-Pelayo, ya vaticiné que todas las películas de su proyecto para hacer en un solo año (entonces 8, hoy ya van por 10+1 y sus circunstancias) constituirían realmente una única obra en su conjunto. Digo obra, no película. Ya intuía que cada uno de los títulos del proyecto sería coherente con el resto y, fundamentalmente, con la forma de ver el mundo de su creador. Hay realizadores que cuentan historias, pero García-Pelayo siempre cuenta su historia.

He tenido la oportunidad de ver ya las seis películas terminadas de este proyecto. Las últimas que he podido disfrutar (el verbo está elegido a conciencia) son las dos que ha rodado en la India, Chicas en Kerala y Diario Tamil. Son dos road movies llenas de color, música y vida, que inciden en los temas habituales de Gonzalo García-Pelayo: el amor, la búsqueda, la espiritualidad y la sexualidad. También la sensualidad y los cambios físicos o de pensamiento que lleva aparejados el inexorable paso del tiempo y con ellos el miedo, las esperanzas, el misterio de la vida y las certidumbres. O incertidumbres.

Chicas en Kerala

Al cine de García-Pelayo hay que entrar como a los templos en la India, con la ropa, la mente y el cuerpo limpios, tal y como explica Silvia Rubí (actriz también de Así se rodó Carne Quebrada) en una de las conversaciones que mantiene con Cristina García-Pelayo en Chicas en Kerala. Es una película con estética de documental, algo así como una actualización del cine verité de Godard y otros, que tanta influencia ha ejercido en García-Pelayo. En la película, Silvia va explicando a Cristina (las protagonistas utilizan sus nombres reales) la historia de la región de Kerala, al sur de la costa occidental de la India, el oficio de los pescadores o el descubrimiento de la ruta de las especias por Vasco da Gama. Mientras, Lucía, de sólo un año, juega, duerme y sueña ajena a cuanto la rodea.

Reflexionan las protagonistas, y con ellas el director, sobre el ciclo de la vida, representado en cuatro mujeres de cuatro generaciones diferentes: la omnipresencia de Ana, que no aparece en la película pero que está presente en las conversaciones como antigua mentora de Silvia; la experiencia de ésta, que regresa a Kerala, donde ella ya estuvo, para hacer de guía de Cristina, más joven, que ve en Silvia lo que Silvia vio antes en Ana; y los sueños y la esperanza de Lucía, el futuro, que al final parece reencarnarse simbólicamente en el krishna niño. «La divinidad siempre sonríe», dice uno de los textos en off de Luisa Grajalva.

Es un viaje de descubrimiento, como el de Vasco da Gama, como todos los viajes. Y de descubrimiento de uno mismo. Ya he citado alguna vez aquel fantástico libro de Manu Leguineche en el que afirma que el camino más corto (así se titula) para conocerse a uno mismo es un viaje alrededor del mundo. Qué le vamos a hacer, si uno tiene sus referentes. Precisamente, de referentes y compañeros de viaje va la película.

Observo algunos paralelismos entre esta película y la tercera del ciclo, Así se rodó Carne Quebrada, pese a que aparentemente nada tienen que ver, ni en la forma ni en el fondo. O quizá sí. Al fin y al cabo ambas son hijas del mismo padre. También con Ainur, la segunda, por aquello de la búsqueda. En el caso de las road movies, filmadas o escritas, ahí está, por ejemplo, En la carretera de Jack Kerouac, todas tratan de la búsqueda. Además de la presencia de Silvia Rubí, también recuerdan a la anterior cinta las reflexiones en torno a la imparable fuerza de la naturaleza: La vida como un río, que siempre se abre camino, aunque sea por los lugares más insólitos.

Fotograma de la película 'Diario Tamil', de Gonzalo García-Pelayo.
Fotograma de la película ‘Diario Tamil’, de Gonzalo García-Pelayo.

Diario Tamil

También existen paralelismos entre Diario Tamil y otros títulos del proyecto de las 10 más 1 películas en un año. Respecto a Chicas en Kerala son evidentes, por estar ambas rodadas en la India y por el formato de road movie. Hay planos intercambiables entre una y otra, como los desplazamientos por carretera, por ejemplo. Pero también encuentro ciertas conexiones con Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo y Así se rodó Carne Quebrada, por la música o la presencia de Javier García-Pelayo, o con Alma Quebrada, por el empaque imponente de Selina del Río y, obviamente, también por la importancia de la música.

Zoe (Selina del Río), Asia (Ginneth Moreno) y Darío (Javier García-Pelayo) constituyen una familia atípica, son hippies de los tiempos del amor libre y en su relación no hay sitio para los tabús. Las dos protagonistas femeninas, Selina del Río y Ginneth Moreno, se comen la pantalla. Sus interpretaciones resultan realmente cautivadoras. Por la naturalidad de sus actuaciones y por la sensualidad de sus miradas, sus risas, sus movimientos…

Gonzalo García-Pelayo sustituye en esta ocasión la voz en off por breves textos sobreimpresionados, algo habitual en su cine, desde Vivir en Sevilla (1978). Este Diario Tamil es, como la anterior película, el relato de un viaje de descubrimiento, un viaje que los protagonistas hacen con los pies descalzos, para sentir la tierra, para alcanzar las raíces. El sendero hippie, el oriente del Kamasutra, los mantras… Y, como en Ainur, recurre en algún momento a imágenes caleidoscópicas, si bien cambia los reflejos del cristal y el acero de una ciudad moderna por hechizantes y oníricas imágenes de la naturaleza más salvaje.

Partes de un todo

Las películas de este proyecto de Gonzalo García-Pelayo merecen ser vistas todas. Por respeto a la obra en su conjunto y para el disfrute de los espectadores. Es cierto que se trata de un proyecto muy complejo. En primer lugar, resulta obvio, para los equipos técnicos y artísticos que lo han hecho posible, ya que hacer 11 películas en un año con sus correspondientes making of es una proeza al alcance de muy pocos. Pero también para el público, ya que exige una actitud que el cine convencional no requiere. Cada película tiene formatos y estéticas muy diferentes, chocantes algunas, es cierto. Pero sólo cobran su sentido último si se consideran como parte del conjunto al que pertenecen. O a mí, al menos, me lo parece.

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