La vida en gerundio

Una vez le pregunté a Gonzalo García-Pelayo qué, entre todo lo que ha sido y es, se considera por encima de todo. Me dijo que cineasta. El cine es su vida. Cine sobre la vida, un continuo sin final, porque si acaba es que ya no hay vida. Game over. Y porque, igual que a vivir se aprende viviendo, se rueda rodando.

La vida es un gerundio. Porque sólo se vive viviendo. Una vez le pregunté a Gonzalo García-Pelayo qué, entre todo lo que ha sido y es, se considera por encima de todo. Me dijo que cineasta. El cine es su vida. Y su cine también es cine en gerundio. Cine sobre la vida, un continuo sin final, porque si acaba es que ya no hay vida. Game over. Y porque, igual que a vivir se aprende viviendo, se rueda rodando.

El jueves se presentaron en Sevilla dos obras independientes entre sí, pero que van de la mano, con el cine de Gonzalo como protagonista. José Manuel Cruz acaba de sacar a a la luz el primer libro sobre el cine de Gonzalo García-Pelayo, Rodar viviendo, en el que se analizan y se ponen en su contexto histórico y cinematográfico cada una de las 24 películas que ha firmado hasta el momento (ya tiene otras tres en el horno, para una segunda edición). Y, justo después, se presentó la última de las 24 películas y la que cierra el ciclo de ’10+1′ en un año: El otro lado de la realidad, una sorprendente adaptación al cine del ya de por sí sorprente libro de relatos de Luisa Grajalva.

No he leído aún el libro, pero su autor, José Manuel Cruz, describió el cine de Gonzalo García-Pelayo, como una especie de road movie que discurre en paralelo al On the road de Jack Kerouac. Con la diferencia, según García-Pelayo, de que, al contrario de lo que ocurre con los del padre de la llamada Generación Beat, sus personajes «no son unos idiotas». Además, según Cruz, el propio Kerouac no cree que su viaje lleve a ninguna parte. Mientras que el que propone Gonzalo siempre concluye con una revelación, un descubrimiento… un «milagro».

Además, el cine de Gonzalo García-Pelayo, para ser cine de autor, no conduce al espectador a la desesperanza, sino que resulta optimista y luminoso, a decir de Cruz. Desde luego, no tiene nada que ver con un Ingmar Bergman en estado de gracia o un Lars von Trier, ni siquiera al frente de Los idiotas, que tal vez sea, en la forma y no en el fondo, lo más parecido al cine de García-Pelayo que el danés haya realizado nunca. Según el autor de Rodar viviendo, si algún otro cineasta es comparable con García-Pelayo es sólo el Pier Paolo Pasolini de la Trilogía de la vida. Salvo que el italiano se pierde por el feísmo y el jerezano ama la belleza.

La película habla de las segundas oportunidades. De que en el olor del azahar cabe la primavera. De recuerdos como campanas que aún reverberan. De la importancia de la comunidad en el devenir del tiempo. Del poder catárquico de una lágrima. Y de que la vida es y sólo es posible viviendo.

Los lados de la realidad

En El otro lado de la realidad, Luisa Grajalva nos ponía a todos frente a un espejo. Los espejos, como se dice de los niños y los borrachos (aunque éstos a veces confundan la realidad) nunca mienten. Y nos muestran una realidad con frecuencia dura, dolorosa, triste, que nos aterra. Que no querríamos ver. Que no queremos mirar. Que preferimos ignorar. Pero que está ahí. Que nos acompaña, inexorable e irremediablemente.

La adaptación cinematográfica de este pedazo de libro es una obra nueva, con entidad y personalidad propias, en la que el libro de Grajalva está sin estar. «¿Cómo mejorar lo que está perfecto?», se pregunta García-Pelayo en la cinta, donde la ficción y la realidad se mezclan y se confunden, en la que la película se va desarrollando conforme se va creando. Una historia con muchas historias, a medio camino entre el documental, el drama y un making of. Metacine en estado gonzalianamente puro. Gonzalo verité, un género propio. No se puede mejorar lo que está perfecto. Pero se puede crear una obra diferente, igualmente perfecta.

Nos empeñamos en etiquetar todo, y a veces no es posible. Ni deseable. La vida no son etiquetas. Uno cae en ella sin haberlo pedido. Y se ve impelido a jugar a un juego cuyas reglas desconoce. La vida es un descubrimiento constante y sólo tenemos una oportunidad. «En el metaverso no existe el miedo», se dice en la animación con que se inicia la película. Pero en la vida real sí. Miedo y sufrimiento y tristeza y dolor… Pero también esperanza. Miedo al cambio, al paso del tiempo, a envejecer, a lo desconocido, a la enfermedad, a la muerte y a la propia vida.

Un fotograma de 'El otro lado de la realidad'.
Un fotograma de ‘El otro lado de la realidad’.

El milagro de la primavera

La película (tranquilos, que no la destripo) nos habla de la segunda oportunidad. Ahí está el «milagro». De comenzar de nuevo mientras se pueda. De que en el olor del azahar cabe la primavera (el olfato como el sentido de la memoria). De recuerdos como campanas que aún reverberan. De la importancia que tiene la comunidad en el devenir del tiempo, de cómo se puede construir mejor uniendo las fuerzas, juntando los hombros y sumando individualidades. Del poder catárquico de una lágrima. Y de que la vida es y sólo es posible viviendo.

El productor Gervasio Iglesias explicó antes de la proyección que, tras haber realizado varias adaptaciones cinematográficas de libros, ésta es la que ofrecía una visión más «arriesgada» y más «interesante» de todas. Y aventuró que veía a Luisa Grajalva como firme candidata a premios por la adaptación del guion. Y puede que tenga razón.

Sé que el cine de Gonzalo García-Pelayo no es para todos los públicos. Él también lo sabe y le trae sin cuidado. Es su cine. Y su cine es valiente, vitalista, apasionado, contradictorio, desconcertante… Como él. Gonzalo García-Pelayo es punta de lanza. Lo ha sido siempre en la música y también en el cine. Hace hoy cosas que en unos años harán otros. Hoy sus películas son de culto y de algunas hasta se hacen remakes.

El proyecto al que pone el broche El otro lado de la realidad se estudiará en las escuelas de cine. Es una obra conceptual, que va más allá de su propio metraje. Porque García-Pelayo no hace películas, hace cine. Su obra hay que mirarla en su conjunto, hay que entenderla como un todo. Y hay que disfrutarla de principio a fin. O no… Cada cual que decida si le gusta o no.

A mí, me encanta.

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