Conocí a Javier personalmente en los primeros días de enero de 2017, cuando yo empezaba a preparar mi libro sobre la Historia del Rock Andaluz. Había llamado a su hermano Gonzalo y él me citó en casa de Javier, en Madrid, por la mañana temprano. Cuando llegué, lo primero que me preguntó Javier, sin paños calientes, era si yo iba a escribir del rock andaluz para ponerlo bien o para ponerlo mal, porque no era lo mismo. Así es Javier: directo, un tipo que va de frente, sin rodeos, porque el tiempo no está para perderlo, sino para gastarlo. A ser posible, bien.
Hablamos de todo. De música, principalmente. Pero también de cambios sociales, de las nuevas y viejas costumbres que tenía y tiene este país, de las modas pasajeras y de las verdades eternas. Que no son muchas, pero algunas son. Como que la vida es gerundio y que sólo se vive viviendo, o que lo importante no es el destino, sino el camino. Los moteros eso lo sabemos bien.
Las muchas vidas de Javier
Javier es motero y muchas cosas más. En una sola vida, a la que además no le ha echado el cierre ni tiene, que yo sepa, intención de hacerlo, Javier ha tenido muchas vidas. Tantas vidas como nombre tiene, pues quien responde por Francisco Javier Pedro Vital Rafael García-Pelayo y Segovia (y 69 apellidos más que no vienen al caso ahora), ha sido desde ameba histolytica, su faceta más aburrida, a gorila, escritor, road manager y actor de culto. Ha sido incluso monaguillo becario, aspirante a Papa, filósofo y pirata. Pero siempre inconformista, rebelde, contestatario… Un outsider ibericum, según los romanos. Pero, por encima de todas esas cosas, y por eso lo destaca en la solapa del primer volumen de sus memorias, Javier ha sido y es padre de Diana y de Luis y abuelo de tres nietas.
Las memorias de un vividor
Este libro, «Sobre la marcha. Vol. 1», son las memorias de un vividor, en el mejor sentido de la palabra, si es que vivir tiene algún sentido malo. Javier se nos presenta tal y como él es. Ni más ni menos. Descarado, echado para adelante, inquieto, feliz, libre… Es un hombre de las praderas, según la definición de Smash, y a decir de Antonio Gómez, que firma el prólogo.
«Sobre la marcha. Volumen 1» son las memorias de un vividor, en el buen sentido de la palabra, si es que vivir tiene algún sentido malo
Por cierto, abro paréntesis: Javier ha usado para titular el libro la misma fórmula que Bob Dylan (aquel otro hombre de las praderas al que los Smash imaginaban con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor, a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás), que tituló sus memorias «Crónicas. Volumen 1». Yo espero que Javier no haga como el de Minnesota y nos deje colgada la continuación. Estoy seguro de que no, porque Javier tiene muchas cosas que contar, cada día que pasa más, y privaría a sus lectores de pasar un rato tan fantástico como el que nos ha hecho pasar ya a quienes hemos leído la primera entrega.
Hippie auténtico, ayer, hoy y siempre
Cierro paréntesis y vuelvo a «Sobre la marcha». Javier fue un hippie auténtico. Y lo sigue siendo. De vida desordenada y mentalidad abierta, ávido de experiencias, aunque sólo fuera por responderle a Jimi Hendrix que sí, que ya había pasado por ahí. De espíritu aventurero y corazón valiente, de pocas pero firmes convicciones y dudas nunca resueltas del todo sobre lo que es verdad y lo que es mentira.
A mí el libro me ha hecho disfrutar muchísimo. Por lo que cuenta, que tiene mucho interés, como retrato de una época aún próxima en el tiempo, y por cómo lo cuenta. Por su desparpajo, su sentido del humor e incluso su visión filosófica de la vida y su sensibilidad, también, por supuesto.
Nos muestra una versión del pasado reciente desdramatizada, pero no exenta de profundidad, pues profundos fueron los cambios que se produjeron en todos los ámbitos: sociales, políticos, culturales, musicales… Nos lo cuenta tal como fue (o al menos tal y como él lo vio y lo vivió), sin pátinas de ningún tipo. No hay nostalgia, pero tampoco rencores ni ajustes de cuentas con el pasado ni ninguno de sus habitantes.
SER y ESTAR
Javier nos cuenta su infancia en Jerez, en Fuente del Maestre (Badajoz) y en Sevilla. Fue una infancia algo inquieta. Expulsado cuatro veces de cuatro colegios diferentes. Circula por las redes una cita atribuida a Mark Twain que le viene que ni pintada a nuestro protagonista: «Nunca dejé que el colegio interfiriera en mi educación». Javier se preparó el PREU por su cuenta y se matriculó en Medicina porque quería SER psiquiatra. Pero abandonó la carrera a los pocos meses, porque no es lo mismo SER que ESTAR. Y él a lo que de verdad estaba era al rock.
La primera vez que actuó como road manager fue con 17 años, acompañando al Gong de Mané, Pepito Saavedra, Silvio (a veces), Pepe Saxo… en una actuación en la Sala Le Fiacre de Torremolinos, donde conoció a su primer ídolo, Pedro, el dueño del local, que vivía con una sueca y una danesa.
Fue a hacer la mili con su perro Chako, que dejó en posición de «sit» fuera del cuartel, mientras él cumplía con su obligación de defender la patria, lo que duró aún menos que su paso por la Facultad de Medicina. Declarado inútil por su ojo de cristal, recogió a su perro y volvió a la carretera.
Rock andaluz y muchas cosas más
A Javier se le identifica por méritos propios con el rock andaluz. Con lo que hoy conocemos como rock andaluz, que él siempre prefirió llamar rock con raíces. Bromea diciendo que él es el 20% del rock andaluz, porque como manager es lo que cobraba y, en un momento u otro, lo fue de todos los grupos de rock andaluz. Además, descubrió a Triana y a Medina Azahara…
Pero son muchos y de muy diversos registros los músicos con los que se ha codeado a lo largo de su carrera. Por el libro desfilan todos: Hilario Camacho, Carlos Puebla y Los Tradicionales, Manuel Gerena, Eduardo Bort, Burning, Gato Pérez… hasta James Brown.
Ritmo vertiginoso
Javier García-Pelayo nos cuenta en su libro cómo eran todos esos músicos cuando se bajaban de los escenarios, con una prosa vertiginosa, atropellada por la cantidad de experiencias y conocimiento que acumula en su prodigiosa memoria. Cuando hay algo que no recuerda lo dice: un nombre, una fecha. Pero, la verdad, esto no ocurre mucho.
El libro es un viaje en el que el lector (primero lo ha hecho el escritor) va descubriendo historias que dieron forma a la Historia, en un relato plagado de numerosas anécdotas, que retratan a los protagonistas y el momento que vivieron.
Javier describe con la precisión de la verdad, por ejemplo, la actuación de Lole y Manuel en Canet 75, cómo la flor gritó y se calló el cardo, o cómo la luz del amanecer iluminaba el escenario justo cuando la trianera daba cuenta de que el sol había vencido a la luna, que se alejaba impotente del campo de batalla.
Hay anécdotas muy divertidas, como la de aquella furgoneta DKW que murió ahogada en la playa de Chiclana, o cómo y porqué Máximo Moreno pintó a Pepe Varela entre rejas en la portada del segundo disco de Triana, «Hijos del agobio». O el enfado de Torrebruno en el Parque de Atracciones de Madrid o ese Pepe Palau pretendiendo que Smash cambiara las baquetas de la batería por escobillas. O aquella vez que estuvo a punto Javier de convertirse, obligado por las circunstancias, en confidente de la policía.
En El Ejido, tras un fiasco monumental de Silvio, le preguntó al rockero si le daba vergüenza triunfar, a lo que éste respondió: «No pienso estropear una vida de honestos fracasos por un triunfo de mierda»
También nos habla de la reacción del público y de la crítica ante las películas de su hermano Gonzalo, en las que él participaba. Por cierto, que la autoridad competente, que en 1978 le concedió la clasificación ’S’ a Frente al mar, lo ha elevado un puesto en el escalafón y le ha concedido la ‘X’ a su última película, Así se rodó Carne Quebrada. Claro que, como él mismo reconoce, «no se puede ser underground y triunfar con el establishment». O aquella vez, en El Ejido, cuando tras un fiasco monumental de Silvio, le preguntó al rockero si es que acaso le daba vergüenza triunfar, a lo que éste respondió: «No pienso estropear una vida de honestos fracasos por un éxito de mierda».
En fin, léanlo. Si quieren. No lo hagan si no quieren. Yo no voy a extenderme más, para no contar más de lo que debo. Sería injusto privar a los lectores de la experiencia de leer estas aventuras. Tengan por seguro, además, que Javier cuenta sus cosas mucho mejor que yo. En su tejado está.