Aún me pregunto qué pasó el jueves. Lo que fuera aquello que pasó, surrealista, extraño, inclasificable, loco, emotivo, desternillante, fue también maravilloso. Sobre todo, maravilloso. También mágico. Un artista inconmensurable, un público entregado y en comunión, música en vivo… y Sevilla. Machadianamente hablando.
Andrés Herrera, ‘Pájaro’, nos ofreció un pregón de la Semana Santa, el IV Pregón Heterodoxo, organizado por la revista La Muy, que fue a ratos leído, a ratos improvisado, a ratos olvidado, también cantado, silbado y hasta farfullado en ocasiones, en el que dibujó su particular (¡qué digo particular, particularísima!) visión de la fiesta más importante de una ciudad en la que “hasta la cerveza es cofrade”.
No pretendo hacer una crónica del pregón. No sabría por dónde empezar. Ni, a ciencia cierta, podría explicar lo que pasó sobre las tablas del Teatro Pathé. Fue divertido (en algún momento, de partirse de risa) sin ser chistoso, porque el humor es algo muy serio y está muy cerca del amor; emotivo sin ser lacrimógeno, brillante y muy humano, profundo y cercano, sincero, humilde, apasionado, cómplice, enamorado…
Andrés Herrera, ‘Pájaro’, dibujó su particular (¡qué digo particular, particularísima!) visión de la fiesta más importante de una ciudad en la que “hasta la cerveza es cofrade”.
Pájaro nos regaló su mirada de niño (“sigo siendo un niño, porque, si no, sería un malaje”) y nos contó sus experiencias relacionadas con la Semana Santa. Como aquella vez que le tocaron la bocina por meterle el capirote en el ojo al que llevaba la bocina ante el paso del Cristo de la Sangre (“Yo, lo que quería era ver al Cristo”, se explicó). O cuando salió con una varita de otra cofradía, seguramente porque su padre lo metió en la fila sin pagar la papeleta de sitio. O la bronca que le echó su madre a un nazareno que tenía los pies igualitos a los de su padre…
Pájaro se pregunta por qué no hay cristos gorditos y vírgenes menos guapas. Coge su guitarra y toca, al tiempo que silba, Campanilleros. Nos cuenta que fue costalero de la cosa que más quiere del mundo, su hija Carmen, seis años entonces, para que ella no se perdiera ni un detalle del paso de la Macarena, y que luego tuvo que ir al médico porque se lesionó la espalda. Nos mece con Soleá, dame la mano, antes de relatarnos cómo nace una hermandad de gloria a partir de un crucifijo robado por unos chiquillos para montar un paso. La Pura Concepción, el mío compás, la canción más hermosa que se le puede cantar a una madre. Y final apoteósico con todo el teatro rezándole a la Esperanza del Amor y a la Macarena de Triana como lo hiciera en su día Silvio.
Para mí, que tuve la dicha de presentar al pregonero, fue un verdadero privilegio asistir desde el mismo escenario a esta sui generis performance. Gracias, maestro.
Aquí puedes leer el texto de la presentación que hice de Andrés Herrera, ‘Pájaro’, para ponerlo en suerte.