(Texto leído el jueves 7 de abril de 2022 en el Teatro Pathé de Sevilla, antes del IV Pregón Heterodoxo organizado por la revista La Muy, que pronunció Andrés Herrera ‘Pájaro’)
Queridos amigos, ilustrísimos presentes, reverendísimos ausentes, excelentísimos todos.
Mi infancia son recuerdos, como dijo el poeta, de un piso de protección oficial en Alcalá de Guadaíra. A él regresábamos aquel domingo, como todos los domingos, ya fuera en primavera, verano, otoño o invierno, después de pasar el día en casa de los abuelos. Recuerdo que quien les habla ahora no tendría entonces más de seis o siete años, por lo que es muy posible que, incluso con Franco ya muerto, aún no hubiéramos estrenado esta democracia, imperfecta pero hermosa como el ser humano, de la que ahora disfrutamos.
Entre mis recuerdos de entonces, semiborrados y seguramente distorsionados por el paso del tiempo, sobrevive, sin embargo, con la claridad de una revelación, aquel instante en el que mi padre, mientras conducía, nos preguntaba a mis hermanos y a mí, más por mantenernos despiertos, intuyo, que preocupado por un porvenir que aún tardaría algunos años en convertirse en un motivo de preocupación real, qué queríamos ser de mayores. No soy capaz de recordar qué dijeron mis hermanos entonces. Pero mi respuesta fue muy clara: «Papá, yo de mayor quiero ser nazareno».
Cuando mi padre me preguntó, siendo un niño, que quería ser de mayor, mi respuesta fue clara: «Papa, yo de mayor quiero ser nazareno»
Si un pregón es un anuncio, la presentación del pregón es el anuncio del anuncio, pero nunca un renuncio. Pues no hay más verdad ni menos mentira que la realidad vista a través de los ojos de un niño que se inicia a la vida.
En la intimidad de este teatro, debo confesar, hoy y ahora, ante vosotros, hermanos, que el pregón que cada año espero tiene el color blanco del azahar y carece de verso y hasta de palabras. Por no tener, no tiene ni boca con que pronunciarlas, pues sólo dos hendiduras de almendra tiene el antifaz de la túnica de aprendiz. Es el primer nazareno que uno ve el Domingo de Ramos por la mañana camino de su iglesia, el que nos llena cada año el estómago con las mariposas del enamoramiento, el verdadero fedatario de que el tiempo ha llegado. Pero hasta entonces, que nada nos impida disfrutar la espera.
La Semana Santa, al menos la que este humilde presentador conoce y en la que se reconoce, es un constante regreso a la eternidad de la infancia, en la que la fascinación por el descubrimiento y la sorpresa no tienen fin y el final aún no se atisba. Como aquel niño atónito que se asomaba por las tardes al portal de su casa con el babadero recosido y limpio a contemplar desde la penumbra del zaguán el espectáculo del mundo del que nos hablaba Manuel Chaves Nogales.
El pregón que cada año espero tiene el color blanco del azahar y carece de verso y hasta de palabras. Por no tener, no tiene ni boca con que pronunciarlas, pues sólo dos hendiduras de almendra tiene el antifaz de la túnica de aprendiz
La casa desde la que ese niño asomaba su curiosidad al mundo se encontraba en el número 72 de la Calle Ancha de la Feria. Aquel niño se llamaba Juan y con el tiempo se convertiría en Juan Belmonte, matador de toros, un macareno de Triana, como macareno de la calle Feria y de Triana era también Jesús de la Rosa. O Silvio, Silvio I y único, tan grande que, como los reyes y los papas, no necesita apellidos, y que rezaba a la Macarena de Triana en una demostración sin alarde de honda sevillanía. Porque Sevilla no es sólo, como con frecuencia se dice, una ciudad de contrastes, sino la encarnación misma de la más pura dialéctica hegeliana, según la cual sólo confrontando a los opuestos se puede descubrir el verdadero rostro de la realidad.
Sevilla es Macarena y es Triana. Es barrio y centro, es ruán y capa, es noche y día… Sevilla es el quejío y la fiesta, son las cornetas y las guitarras, una falseta y un riff, Sevilla es flamenco y es pelícano, es la ragazza y el elevatore, un sevillista cantando al Betis, el Teatro de la Maestranza y el Pathé, el dogma y la heterodoxia.
Esta noche le toca el turno a esta última. La heterodoxia es la expresión suprema de la libertad y de la verdad, pues al no vernos sometidos al corsé de lo que debe ser y de lo que se espera que sea, podemos dejar que se manifieste lo que en esencia somos.
Sevilla es el quejío y la fiesta, son las cornetas y las guitarras, una falseta y un riff, Sevilla es flamenco y es pelícano, es la ragazza y el elevatore, un sevillista cantando al Betis, el Teatro de la Maestranza y el Pathé, el dogma y la heterodoxia
Al pregonero lo avala su obra, en la que la Semana Santa y sus manifestaciones, musicales, principalmente, tienen un protagonismo especial. La suya es una Semana Santa con alma de swing, espíritu de cinematógrafo y sabor a espagueti western.
A Andrés Herrera, sevillano de la collación del Parque Alcosa, empezaron a llamarlo «Pájaro» desde niño, por la costumbre que adquirió de silbar las marchas de Semana Santa que su padre ponía en el pick-up (picú) los domingos por la mañana. Autodidacta por falta de paciencia para estudiar en el conservatorio, cuando descubrió a Jimi Hendrix quiso ser negro, pero su nariz no se achataba. El sacramento del rock se lo administró Silvio, según las tablas de la ley de Elvis, antes de graduarse cum laude con los hermanos Rafael y Raimundo Amador y Kiko Veneno. También se calzó las chanclas con Pepe Begines e incluso le abrió al mismísimo Bob Dylan las puertas del cielo, antes de completar su trilogía sevillana que inició en 2012 con Santa Leone y completó en 2018 con su Gran Poder.
Hoy Andrés Herrera abrirá otras puertas y nos hará volar por otros cielos. Nos paseará, sin pisarlas, por las calles de una ciudad soñada y encenderá con el pabilo de su voz y el incienso de su guitarra el cirio de las emociones, que lleva demasiado tiempo apagado. Así pues, aligeremos nuestros equipajes, consintamos que el tiempo se tome un descanso, quedemos prestos al sonido de su llamador, apaguemos nuestros teléfonos móviles, y dejémonos conducir por el ancho camino en el que caben todas las Sevillas al que le cantaba Víctor Jara:
«Tu canto es río, sol y viento
Pájaro que anuncia (a los nazarenos de) la Paz»