Viajé a Bonn buscando las huellas de quien tengo por el mayor compositor de todos los tiempos y uno de los más preclaros genios de la Historia pasada, presente y futura de la condición humana. Pero las hallé en el sector 32A del cementerio central de Viena, bajo un austero monolito en el que puede leerse una brevísima inscripción de sólo nueve letras, como nueve fueron sus sinfonías: «Beethoven«.
Por motivos que no vienen al caso y porque cada uno es como es, he reflexionado mucho sobre la trascendencia del ser humano. Una trascendencia que, fuera del plano de la fe y la religión, sólo la garantiza un legado a prueba de olvido. Por eso mismo Beethoven no necesitaba fechas en su inscripción mortuoria, porque su obra compendia el tiempo y además lo sobrevive. ¿Qué otro artista nace clásico, evoluciona a romántico y rompe en él mismo, fuera de toda etiqueta posible? Por eso el genio no necesita tampoco nombre de pila, lugar de nacimiento ni más referencia a su obra. Beethoven es Beethoven y ya está.
Beethoven abandonó Bonn siendo muy joven y nunca regresó. Se instaló en Viena, capital mundial de la música en aquel entonces, como hicieron tantos otros músicos coetáneos suyos, y anteriores y posteriores a él. Y es allí, durante del Congreso de Viena de 1814, que restableció las fronteras de Europa tras la derrota de Napoleón, donde lo ubica de forma magistral Martín Llade en su novela El misterio Razumovski (Ediciones B). En ella, el autor construye un divertimento muy serio que le vale de coartada para exponernos a Beethoven en su versión más humana, más vulnerable, más trágica y más íntima.
Sordo, pero con un desarrollado sexto sentido
La trama se construye a partir de un incidente aparentemente accidental, que sirve para dotar al genio de las facultades detectivescas del personaje. Escuchando su música es fácil que nos olvidemos de la sordera de Beethoven. Pero ésta condicionó su vida hasta límites insospechados. Lo cuenta muy bien Jan Swafford en su biografía del compositor editada por Acantilado, y lo retrata de forma impecable Llade en su novela, en la que nos muestra una nueva faceta del genio, en la que, despojado del oído, agudiza sus otros sentidos, y especialmente ese sexto sentido propio de los Poirot, Maigret, Marlowe, Carvalho y tantos y tantos otros héroes del género.
Martín Llade aprovecha la trama detectivesca, en la que el compositor adopta el rol de un Sherlock Holmes centroeuropeo y adelantado seis décadas al tiempo del personaje de Conan Doyle para pintar un retrato del protagonista desde un conocimiento profundo de la figura del músico. Hasta lo acompaña de su Watson particular encarnado en la figura de su biógrafo y gran fabulador, el hiperbólico Anton Schindler. Beethoven era vulnerable y temible a un tiempo, radicalmente honesto y tramposo por necesidad, delicado creador y, a la vez, una persona carente de tacto para las relaciones humanas.
Un ficticio retrato fidedigno de Beethoven
La trama de El misterio Razumovski es disparatada en ocasiones, casi cómica por momentos, dramática las más de las veces, compleja por la cantidad de personajes que participan en la misma, en su mayor parte personalidades históricas reales, enrevesada en algunos de sus tramos, porque así son las pasiones humanas, pero entretenida de principio a fin a lo largo de sus más de 600 páginas. Y siempre fiel a la figura histórica del compositor.
Martín Llade aprovecha la trama detectivesca, en la que el compositor adopta el rol de un Sherlock Holmes adelantado seis décadas al personaje de Conan Doyle, para pintar un retrato del protagonista desde un conocimiento profundo de la figura del músico: vulnerable y temible a un tiempo, radicalemente honesto y tramposo por necesidad, delicado creador y, a la vez, carente de tacto en las relaciones humanas
En la música de Beethoven se encuentran todas las pasiones y todas las pulsiones humanas, de las que él mismo era víctima. Es heroica, vitalista, apasionada, contradictoria, hermosa, desgarradora, desconcertante, valiente, rompedora, visceral, sublime, delicada… Hasta racional, pues la obra de Beethoven es, sobre todas las cosas, hija de la Ilustración, lo que lo lleva a cuestionar constantemente lo establecido. En lo musical y en lo que no lo es. Y en la novela de Martín Llade, escrita cual sinfonía en cuatro movimientos con un finale de fuegos artificiales, se encuentra todo ello perfectamente retratado.
Beethoven sólo creía en la aristocracia del arte y no rendía pleitesía a quienes, pese a su alcurnia, consideraba que estaban obligados a ser sus mecenas. Porque tenían los recursos y él, Beethoven, era la mejor inversión. Al menos, para él. Era un tipo que usaba cuadernos de conversaciones como los que utiliza Schindler en la novela para comunicarse con el maestro y sortear en parte las limitaciones de su sordera. Algunos de esos cuadernos se pueden ver en el Museo de su casa natal en Bonn.
Beethoven es un genio que caía con frecuencia en el ensimismamiento, que tenía mal carácter y era un tímido incurable. Todo ello, probablemente, consecuencia de sus problemas de audición. Un enamoradizo sin remedio, alguien de quien algunos podrían pensar que detestaba a las personas pero que amaba a la Humanidad. Un entusiasta con tendencia a la decepción. Y un observador nato de la naturaleza y especialmente de la naturaleza humana. Como cualquier buen detective que se precie.