Volado voy, volando vengo


¿Qué no debe hacer nunca alguien que viaje en moto? Conducir con lluvia, conducir con viento y conducir con una visibilidad reducida. Y las tres cosas las hemos hecho camino del Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa; más allá, sólo hay Océano Atlántico. Es obvio que no lo hemos buscado. Y es obvio que no ha sido ni tanta agua, ni tanto viento (al menos no más que el que hemos sufrido en otras ocasiones), ni la visibilidad era tan escasa, sólo la propia de un día con el cielo lleno de nubarrones negros.

Es lo que tiene viajar en moto, para lo bueno y para lo malo. Que los planes se van cambiando constantemente: unas veces por voluntad propia, y otra por las circunstancias que lo rodean. La ruta de los cabos, que iba a empezar en el Cabo da Roca, continuaría por el de Espichel e iba a terminar en el Cabo de San Vicente, empezó a malograrse muy de madrugada. A eso de casi las 2 de la mañana. No hubo forma de encontrar un alojamiento razonable en todo el Algarve para esta noche. Pagando a 230 euros la habitación sí lo había; no mucho, pero algo había. Pero a precio razonable, no.

Consecuencia: Nos olvidamos del Cabo de San Vicente, volvemos a hacer noche en Lisboa, y ya Dios dirá. Y dijo Dios ‘agua va’… Las primeras gotas cayeron durante el desayuno. Cuatro gotas, nada serio. Los zapatos de las motos están nuevos, nuestro dinero y nuestros disgustos nos han costado, no hay que preocuparse. En internet, la web del tiempo de Yahoo daba sol; la de El Mundo, sol también. Los americanos de weather.com decían que había entre un 50% y un 60% de probabilidade de lluvia. No iba a ser fuerte; sólo a partir de las 17 horas llovería con algo más de intensidad, aunque la probabilidad se reducía a un 40%. Y acertaron. Optimistas por naturaleza (y porque no nos íbamos a quedar todo el día en el hotel para no mojarnos como dos gremlins), nos pusimos en carretera.

Precioso el camino hasta la hermosa ciudad de Sintra, carreteras sinuosas y frescas, entre bosques de árboles altísimos. Empezó a llover cuando nos acercábamos al Palacio da Pena. Éramos, aunque mojados, la envidia de quienes trataban de llegar a pie hasta el que quizá sea el palacio más famoso de Portugal. Las motos aparcadas en la puerta misma del recinto. Más cerca, tendría que haber sido en las caballerizas del palacio. Desde el Palacio da Pena se ve el mar. Una tormenta perfectamente dibujada sobre el agua atlántica se acerca hacia nosotros. Renunciamos a visitar el palacio por dentro, con la entrada pagada, en un intento vano por huir de la tormenta. No nos da tiempo. Ya que estamos, mejor hacemos tiempo a que escampe dentro. El interior del palacio no tiene ningún interés, es como la mayoría: salón de embajadores, cuarto de la reina, cuarto del rey, cuarto del secretario de la reina (ésta se tenía que poner las botas), de las damas de compañía…

Bajamos de nuevo para comer en Sintra. Se desata un vendaval, las sombrillas que cubren los veladores salen literalmente volando. Renunciamos a visitar los dos cabos que aún estaban en nuestras agendas. En ese momento, el viento amaina. Nos miramos. ¿Quién dijo miedo? Cogemos las motos y ponemos dirección al Cabo da Roca. Hace viento, pero es soportable. De nuevo, bajando de Sintra (la ciudad se enclava en una sierra que es parque natural y lleva su nombre), el paisaje precioso, las curvas sinuosas, los árboles altísimos, las pendientes criminales y el suelo mojado y lleno de hojas muertas de los árboles. Todo se olvida al llegar al Cabo da Roca, donde algunos estiran los músculos después de una dura ruta de senderismo y una pareja se jura amor eterno y se promete mutuamente ir juntos hasta el fin del mundo, mientras todos los demás hacen cola para fotografiarse junto a la placa que recuerda que más al oeste sólo hay agua y un continente llamado América. Todo se olvida… hasta que llega el momento de emprender la marcha de regreso. Al cabo Espichel tampoco iremos en esta ocasión, que el viento sopla demasiado fuerte.

A las 17.00 horas, en el hotel. Al menos, hoy dormiremos la siesta.

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Otrosí:

No pasa nada por firmar los comentarios que por cierto, son pocos y poco variados.

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