Cafés, con sus tartas, y palacios, con sus jardines y sus museos. Paseos en coche de caballos por la ciudad imperial y el tradicional schnitzel, un simple escalope, también llamado filete empanado. Muy rico, es cierto. Pero no me haría yo ni dos kilómetros en coche para comerme uno. Cuando alguien viaja a Viena, esto es lo que encuentra en las guías turísticas. Y también lo que, ya en suelo vienés, se le ofrece al visitante cuando pregunta por primera vez qué puede hacer en Viena. Pero ¿y la música?
Reconozco que la primera impresión es decepcionante. La frustración aparece cuando las expectativas no quedan satisfechas. Pero es sólo la primera impresión. Luego eso cambia, afortunadamente. Quiero pensar que quien viaja a Viena lo hace buscando otra cosa. Creo. A lo mejor me equivoco. Cuando yo viajo, no importa a dónde, quiero empaparme de las emociones que impregnan los lugares importantes. Y la importancia de los lugares es directamente proporcional a la importancia de las vidas de quienes los han pisado o de los acontecimientos históricos de los que han sido escenario.
Así, por ejemplo, me he emocionado en el monte Nebo, en Jordania, al contemplar, desde donde lo hizo Moisés, la tierra prometida. También en Berlín, donde se produjo el acontecimiento histórico más importante ocurrido en vida de mi generación, la caída del muro. O en la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, junto a la tumba de Bach, un 28 de julio, mientras un coro interpretaba su música en recuerdo del día de su fallecimiento, ocurrido en la misma fecha casi tres siglos antes. Como en las cuevas de Altamira, donde el hombre empezó a ser artista. O junto a los Toros de Guisando, donde de alguna manera comenzó a fraguarse eso que llamamos España. Claro que esto es algo muy personal y a cada cual le emociona lo que le emociona.





La Ópera de Viena
Uno, cuando llega a la capital austriaca por vez primera, se siente tentado a preguntar si, acaso, Viena no es la ciudad de la música que imaginábamos. La ciudad del Concierto de Año Nuevo más famoso del mundo, todos los años igual y todos los años diferente. La de los valses de Strauss, de todos ellos, de Johann padre, que compuso la famosísima Marcha Radetzky, de Johann hijo, autor de El Murciélago y El Danubio azul, y de sus hermanos Joseph y Eduard. La ciudad de Franz Joseph Haydn y sus sinfonías, o la ciudad en la que se hicieron grandes Mozart, Beethoven, Brahms o Gustav Mahler, entre otros muchos. Pero sí lo es. Claro que lo es.
En la oficina de información turística te recomiendan la visita a la Ópera, reconstruida tras los bombardeos de la ciudad en 1945, al final de la II Guerra Mundial. No está mal. Interesante. Sobre todo, saber que la gente puede asistir a la ópera pagando desde sólo 10 euros. Claro que escuchar cinco horas de Wagner de pie no está al alcance de cualquiera.
Cuando yo viajo, no importa a dónde, quiero empaparme de las emociones que impregnan los lugares importantes. Y la importancia de los lugares es directamente proporcional a la importancia de las vidas de quienes los han pisado o de los acontecimientos históricos de los que han sido escenario
A partir de 16 euros se puede uno sentar para oír la música. A ese precio, sin embargo, uno debe contentarse sólo con escuchar, porque no va a ver el escenario, donde hoy los técnicos están montando la escenografía de una de las cuatro óperas de la tetralogía wagneriana del Anillo de los Nibelungos. Si se quiere ver la escena (es espectacular, hay que reconocerlo), hay que pagar un poco más. Mientras más dinero se pague, mejor será la visión del escenario. Así, hasta los 239 euros que cuestan las mejores entradas, con visión completa de la escena…
Más caro resulta, sin duda, asistir al baile de Carnaval, durante el que el patio de butacas se transforma en un inmenso salón de baile, con dos orquestas que se alternan tocando valses y polkas. No recuerdo qué precios nos dijo el guía que nos lo contó, pero ciertamente eran desorbitados. Copa de champán aparte. Más a cuenta salía inscribirse como debutante y pagar dos años de formación en una escuela de baile que sacar una entrada como asistente raso a la fiesta. Claro que para ello hay que tener menos de 24 años.





Música en vivo en el Musikverein
En el Musikverein, esa sala de conciertos conocida urbi et orbe por ser donde se celebra el tradicional Concierto de Año Nuevo, se puede escuchar música a diario. También hay entradas de pie. Pero sentado se está mucho más cómodo. Dicen que su Sala Dorada es una de las tres salas con mejor acústica del mundo para la música. Tal vez sea por la forma rectangular de la sala, sus recubrimientos de madera o el hueco que existe bajo la madera del piso, que hace el efecto de una caja de resonancia. El caso es que suena de maravilla. Doy fe. Y doy fe también de que es igualmente una de las más hermosas.
Existen muchas salas de concierto en Viena. Pero esta tiene algo especial. Es un edificio construido en la mitad del siglo XIX, que está protegido con una figura análoga al BIC de la legislación española. Es sede del abono de la Orquesta Filarmónica de Viena, que es, entre las muchas orquestas que existen en la capital austriaca, la que cada 1 de enero interpreta el Concierto de Año Nuevo y la que toca también en el foso de la Ópera, edificio ubicado a muy pocos minutos andando del Musikverein. Pero por ella pasan cada año también las mejores orquestas del mundo.
En Viena se puede escuchar música a diario y a precios muy asequibles. Claro que, si queremos disfrutar de la escena en la Ópera o de la comodidad de una silla en la Sala Dorada del Musikverein, deberemos pagar un poco más. Aun así, es un lujo que uno puede y debe permitirse.
En días consecutivos, hemos tenido la oportunidad de asistir a dos conciertos de enorme calidad. Por los programas respectivos y por los intérpretes. Y a precios razonables. En el primero, sinfónico, la orquesta de la Gewandhaus de Leipzig, la más antigua de Alemania, fundada en 1781, y dirigida en esta ocasión por Andris Nelsons, ofrecía un programa dedicado a Richard Strauss, con los poemas sinfónicos Don Juan y Así habló Zaratustra, basado en la obra de Nietzsche. No es vals todo lo que Strauss.
El segundo día de concierto fuimos a escuchar a Janine Jansen, una de las violinistas más prestigiosas del momento, que acudía al Musikverein con un programa de sonatas para violín y piano de Brahms, Schubert y Beethoven. Lo mejor de Viena, vaya. Por algún motivo que desconozco, el programa, finalmente, sufrió variaciones. Pero no fue peor que el anunciado inicialmente.
Se mantuvo Brahms, con la sonata anunciada y el fantástico Scherzo de la Sonata FAE, y entraron en lugar de los otros dos compositores anunciados Clara Schumann, con sus Tres romanzas para violín y piano, y César Franck, con su Sonata en la mayor para violín y piano, una obra fundamental del repertorio camerístico francés del siglo XIX. Precioso concierto también éste.
Continuará…