Viajar, soñar, vivir

La vida es sueño. Viajar es soñar y soñar es vivir. (Los ojos no siempre ven, hay que buscar con el corazón). De reojo te busco en la sombra de la moto que se recorta en el asfalto apuntando a donde muere el sol y no te encuentro en la tosca silueta del bulto que ocupa tu asiento. Pero levanto la vista y miro al horizonte de lo que está aún por llegar -siempre es viaje- y vuelvo a sentir tu cuerpo en torno al mío, tus brazos rodeando mi cintura, tu cabeza apoyada en mi hombro.

Nunca hasta ahora he planificado tan poco mi viaje como en esta ocasión. Pero nunca hasta ahora, tampoco, he estado tan motivado para recorrer caminos, descubrir lugares y perderme por los parajes de la emoción. Entre las encinas oigo a Vivaldi llamar al día, siento como la jornada se despereza con la alegría de un nacimiento. En mi cabeza, bajo el mantra del sonido del motor a través del casco, se pelean Serrat y Antonio Flores. Cerré mi puerta una mañana y eché a andar. Tan sólo existe una cosa que no puedo comprender. Aunque estás lejos, yo te siento a flor de piel. El garabato de un niño es tu cuerpo de mujer…

Aparecen los primeros viñedos. Tierra de Barros. Pronto pararemos a hacer un alto ante el arco de la Estrella en Cáceres. Emilio, fiel a la tradición, ha llegado el último al punto de encuentro para la partida, pero esta vez no le he hecho pagar el desayuno. Comemos en Plasencia. Preciosa ciudad; lástima que nos haya tocado el clásico camarero simpático sin pizca de gracia. Migas y gazpacho de primero. El guiso de después lo llaman extremeño por el pimentón de la Vera. Carne en salsa, sin más. Son pocos kilómetros de carretera hasta enlazar de nuevo con la autovía, pero son preciosos. Curvas tranquilas, solitarias, silenciosas… Vuelvo a sentir la música bajo el casco y me descubro silbando el brindis de Los Rodríguez. No sé si por el vino o por la mujeres.

Primera etapa, Salamanca. Es una fase de iniciación. De tomarle el pulso a la carretera, tras haber tenido un año las motos en dique seco. No podía ser mejor. Regresamos al hotel de la vez anterior. Sigue siendo una ciudad mágica. Vuelvo a prometerme, como cada vez, que regresaré a esta ciudad al menos otra vez. En otra etapa del gran viaje de la vida. Ahora toca descansar. Que mañana nos espera la Ribera del Duero. A vuestra salud.

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