Un violonchelo para Bach

La violonchelista Beatriz González Calderón inaugura en octubre la nueva temporada de "Almaclara, Clásica en escena", el ciclo de música clásica de la Sala Cero, con las seis Suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach.

Descubrí a Bach en la Universidad. A Johann Sebastian Bach. No es que me enterara entonces de su existencia. O que no tuviera ya, al menos, una mínima idea sobre la importancia que ha tenido y tiene en la Historia de la música. Bach, como Beethoven o Mozart, está en la mente incluso de quien no ha escuchado nunca música clásica. Que no es mi caso, ni lo era del todo tampoco, cuando yo estudiaba en la Universidad.

Digo que descubrí entonces a Bach y lo descubrí en Brandemburgo. No exactamente en Brandemburgo, pero sí escuchando aquellos conciertos para orquesta de cuerda dedicados por el compositor alemán al hermanastro del rey Federico I de Prusia, el marqués de Brandemburgo, que venían en uno de los discos de la colección de CD que regalaba la revista Cambio 16.

Recuerdo bien el disco aquel. Aún lo tengo. Hace tiempo que no lo escucho, porque hace tiempo que no escucho música en CD. Pero en aquella época lo machaqué. Ése y el de la Quinta Sinfonía de Beethoven de la misma colección. La noche y el día, pero ambos insuperables. No venían en el disco los seis conciertos, sólo cuatro, pero me bastaron para descubrir la inmensidad de la obra de Bach.

Digo que descubrí a Bach y empecé a amarlo entonces. Pero tengo que reconocer que lo redescubrí de nuevo tiempo después. Realmente, me lo redescubrió Beatriz, que se convirtió de algún modo, en mi entorno más inmediato, en la Fanny Mendelssohn que, junto a su hermano Félix, rescató del olvido para el mundo entero al Johann Sebastian Bach de las pasiones según San Mateo y según San Juan, cuando a punto estaba de perderse para siempre.

Bach íntimo y espiritual

Beatriz me descubrió al Bach más íntimo y más espiritual. Al que ponía música a los momentos importantes de su vida personal. Al que compuso música para celebrar la alegría por el nacimiento de sus hijos o la boda de su hija mayor, o para hacer más soportable el dolor por la muerte de su primera esposa. O al que jugaba con su apellido, que bach significa arroyo en alemán, para dejarnos notas como agua que sigue su curso libre, en el preludio de la primera de sus Suites para violonchelo solo. Al Bach que rescató a este instrumento, el violonchelo, de su triste pero fundamental papel de bajo continuo y le dio galones de solista.

Beatriz me ha descubierto muchas cosas desde que la conozco. Me ha descubierto, entre otras, una forma de amar la música clásica que va más allá del mero disfrute de una armoniosa sucesión de notas. La importancia de conocer qué se esconde tras esas manchas negras como hormigas en hilera que caminan cual funambulistas en equilibrio sobre los cinco cables del pentagrama. Cuándo y dónde se escribió cada composición y por qué, quién era la persona que la escribió y qué papel jugaron su autor y la obra en el desarrollo de un arte que es casi ciencia matemática.

Estatua de Johann Sebastian Bach junto a la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, donde está enterrado.
Estatua de Johann Sebastian Bach junto a la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, donde está enterrado.

Con Beatriz visité la tumba de Bach en Leipzig, en la iglesia de Santo Tomás, donde fue maestro de capilla y organista tantos años y donde tuvimos la oportunidad de escuchar su órgano. Allí fuimos siguiendo los pasos de Clara Schumann, que se convirtió en una virtuosa del piano tocando junto a su marido, Robert, El clave bien temperado que escribiera un siglo antes Bach. Y de Anna Magdalena, la segunda esposa de Bach, que transcribió parte de su obra (incluidas las Suites) cuando el maestro ya no podía leer, y gracias a lo cual ha llegado hasta nuestros días. Y de los hermanos Félix y Fanny Mendelssohn, que hurgando en los archivos de Santo Tomás descubrieron las partituras de un genio ensombrecido por la efímera notoriedad de sus hijos músicos.

Almaclara en la Sala Cero

Las Suites para violonchelo solo de Bach constituyen, probablemente, una de las mayores obras compuestas nunca para este instrumento. Son seis colecciones de danzas, que rara vez se interpretan en directo de forma íntegra, por la complejidad técnica que entrañan, así como por su duración, y que forman parte del repertorio que acompaña a cualquier violonchelista a lo largo de su carrera.

Beatriz, como saben, es violonchelista. Y no hay ningún reto que le dé miedo. En 2008 decidió que quería vivir de la música clásica. Y lo consiguió. Que quería dirigir una orquesta de mujeres. Y nació Almaclara. Y que quería dirigir sin dejar de tocar. Desde el atril. Y es lo que hace. Hace unos años, decidió que el proyecto tenía que crecer. Y empezó a establecer alianzas para conseguir un nuevo impulso. Embarcó en la aventura a la empresa Inés Rosales, que desde entonces presta su nombre al proyecto. Y puso en marcha, en colaboración con la Sala Cero Teatro, un ciclo de música clásica en el teatro sevillano, que en unos días estrenará su séptima edición.

Y lo estrenará a lo grande. Como si de un encierro taurino se tratara, la violonchelista se enfrentará ella sola el 5 de octubre a las seis suites seis para violonchelo solo de Bach, con el capote de su chelo y la muleta de su arco. Desde que la conozco, le he escuchado las suites, la primera, la tercera, la quinta, pero nunca todas juntas. O se las he escuchado fragmentadas: el preludio de la primera, la giga de la cuarta, la sarabanda de la sexta…

Sé que no soy objetivo. Ni pretendo serlo. Y sé que a ella igual no le gusta que diga estas cosas. Pero si la sola oportunidad de escuchar en directo todas las suites ya, de por sí, es una buena noticia, que las interprete una de las mejores violonchelistas del actual panorama andaluz, y tal vez español, es todo un regalo. Y esto es sólo el comienzo.

Yo no me lo pienso perder. Si ustedes se lo pierden, no sabrán lo que se han perdido.

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