Toda la lluvia anunciada desde el viernes al lunes se concentró, prácticamente, en la tarde del domingo y la mañana del lunes. Ya se han ido los hospitaleros y ya ha llegado el nuevo, que se hará cargo del albergue a partir de hoy y durante toda la semana. Ahora me acercaré a saludarlo. La moto está aparcada desde ayer al mediodía y hoy me he quedado en Villalcázar de Sirga, charlando con la gente del hostal, tomando una cerveza con algunos vecinos y comiendo de nuevo en el mesón. Hoy, sopa castellana y morcillo de ternera. Riquísimo.
Los lunes, el pueblo está bastante muerto. Sobre todo, por la tarde, cuando los peregrinos ya han pasado por aquí y los que se quedan están recogidos ya, descansando. Son pocos. La mayoría de los que han pasado por Villasirga han continuado hacia Carrión o más allá, como la chica taiwanesa que ha entrado en el mesón a comer. Le he hecho de traductor, porque no hablaba nada de español. En inglés, como he podido, que yo no hablo taiwanés.
Camina lesionada. Hoy inició su etapa en Frómista, a sólo 13 kilómetros de Villasirga. Y, a pesar de la hora, un poco tarde para seguir caminando, en mi opinión, y a pesar de la lesión, quería llegar hasta Carrión, a varios kilómetros aún de distancia. Creo haberle entendido que allí la esperaban algunos peregrinos con los que ya había coincidido en las etapas recorridas desde Roncesvalles, donde comenzó su camino.
Esta zona, en veinte días, debe ser un erial. Sólo sus pocos habitantes, sus pocos visitantes, algún peregrino de paso, los últimos del año, pues cuando arrecie el frío disminuirán considerablemente. No hay muchos negocios en el pueblo. El mesón, que los fines de semana se llena de gente procedente de toda la provincia y seguramente también de las limítrofes (León, Valladolid, Burgos…), y que únicamente abre al mediodía, y dos bares más, de carta muy básica y con horarios también limitados.
En Villalcázar de Sirga no se puede cenar, hay que ir hasta Carrión. O, con suerte, comer algo en la taberna Don Camino, si tienen peregrinos en el albergue privado que regentan y abren el bar. Por supuesto, no después de las 21.00 horas. Eso en verano. En invierno no lo sé, pero me lo puedo imaginar.
Da mucha pena, pero la única pastelería-confitería que existe en el pueblo, que sirve pasteles a los mejores hoteles y restaurantes de Palencia, me dicen que va a cerrar en diciembre. Y no porque no tengan éxito sus dulces. Sino porque, después de cuatro generaciones, no parece haber una quinta dispuesta a hacerse cargo del negocio. Cuando se jubile su actual propietario, adiós a La Perla, a sus almendrados y sus amarguillos, a su tarta de hojaldre y su tocino de cielo…
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Es extraño, pero estoy sintiendo en este viaje lo que nunca había sentido. Me estoy sintiendo a gusto en este pueblo olvidado y perdido en mitad del Camino de Santiago, donde nadie me conoce, pero donde muchos están dispuestos a compartir un rato de charla y un vino con el desconocido. Hasta los personajes históricos que asoman sus rostros en los muros de la iglesia pareciera que quieren compartir conmigo sus batallistas y sus secretos. Llevo una semana aquí y empiezo a sentir que, de alguna manera, formo parte también yo del paisaje de Villasirga.