Sayonara, peregrino, ¡buen camino!

He intentado, pero no he conseguido, eludir la bulla. Llegando a Mos, a los seis kilómetros de mi partida, un autobús descargaba a entre 20 y 30 peregrinos japoneses, que se sumaban en ese punto al camino.

Ya en Redondela. He llegado antes del mediodía y he tenido que esperar a que abriera el albergue para poder entrar. Traerlos reservado te da seguridad, pero resta mucha libertad al caminante. Estaba cansado, pero podría haber seguido un poco más, hasta Arcade, por ejemplo, y así me hubiera ahorrado un tramo de la etapa de mañana, la más larga hasta el momento.

Me he levantado demasiado temprano, tratando de eludir las bullas. El despertador ha sonado a las 6.45. Y es verdad que he sido el primero del albergue en ponerme en marcha. A partir de las 7.00 ha sido un verdadero reguero de peregrinos de las literas al lavabo.

De todos modos, no lo he conseguido. Ha sido imposible. Llegando a Mos, mientras mi pulsera de actividad marcaba los seis primeros kilómetros de la jornada, un autobús descargaba a entre 20 y 30 peregrinos japoneses, que se sumaban en ese punto al camino.

Me parece bien. No voy a juzgar si hacerlo de una manera o de otra es mejor o es más honesta. Cada uno lo hace como puede o como quiere. Pero a mí, siendo sincero, me resultaba incómodo caminar entre tanta gente, la verdad.

Vista de las inmediaciones de la Ría de Vigo, llegando a Redondela.
Vista de las inmediaciones de la Ría de Vigo, llegando a Redondela.

El tramo hasta Redondela ha sido un poco más duro que el de ayer. Considerablemente más duro. Demasiado asfalto, demasiadas urbanizaciones, algunas subidas exigentes. Pero, eso sí, el paisaje sigue siendo espectacular y el tiempo ha vuelto a acompañar al caminante: seco, soleado (aunque amaneció con nubes) y fresco.

Por cierto, a propósito de bullas y a propósito de carreteras. Quizá soy yo el que está equivocado, pero aprendí de niño que cuando se camina por la carretera, los peatones deben ir por la izquierda. Por una mera cuestión de sentido común y de seguridad. El coche que viene por tu lado te llega de frente, con lo cual tú lo puedes ver acercarse. Y el que viene por detrás, en el caso de que no te viera, se acerca a ti por el otro lado de la calzada.

Pero no. Japoneses y locales (entiéndase lo de locales en sentido amplio) caminando por la derecha y un servidor por la izquierda. ¿Consecuencia? Que al final buena parte del camino la he hecho por la derecha, siguiendo al rebaño. Eso sí, le he puesto la funda impermeable a la mochila, que es de color amarillo reflectante, para asegurarme de que quien viniera por detrás, a mí, al menos, me iba a ver.

La masa nos vuelve gregarios. Y era más fácil sumarme a ella que explicarles que estaban haciéndolo mal. Con tanto peregrino en la carretera estábamos estrechándola peligrosamente. Y mi nivel de japonés no es muy allá… Pero bueno.

Una flecha amarilla indica el camino al poco de salir de O Porriño.
Una flecha amarilla indica el camino al poco de salir de O Porriño.

Hoy mis pensamientos han estado con los mismos de ayer (y cada día hasta el fin de mis días) y con algunos más. Me he acordado, por ejemplo, de Javier y Antonio, y de las friegas de Voltadol después de cada etapa en el camino francés hace 15 años. Yo voy bien, pero no negaré que siento el dolor del esfuerzo. Nada grave. Los pies, bien, de momento. Dolores musculares, los normales.

Notas complementarias

NOTA 1: Hoy han sido Alameda y Queen quienes me han acompañado en mi caminar. Al principio, la voz de Pepe Roca y su «Amanece en el puerto», y conforme iba acercándome a mi destino y mis fuerzas flaqueaban, era Fredy Mercury quien resonaba en mi cabeza, con su «Another one bites the dust».

NOTA 2: No le pregunto al subconsciente el por qué de la música que me trae a la cabeza. Básicamente, porque me da miedo saberlo. Que mi ecléctica selección musical sólo desvele mi edad.

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