Si estás leyendo estas líneas, es porque, por suerte, hemos sobrevivido a una auténtica noche de terror…
Esta noche, en este paraje recóndito de los Alpes en el que nos encontramos, no disponemos de Internet. El hotelito nos gustó al verlo desde la carretera, como nos gustó en general el entorno al pie de las montañas en que se encontraba. Pero ahora, de noche, nos gusta algo menos. Ferrán dice que le recuerda al hotel de la película El Resplandor. Y quizá tenga razón. No puedo evitar mirar, siquiera de reojo, las paredes de la habitación, con la extraña sensación de que en cualquier momento podría aparecer ante mis ojos la palabra ‘redrum’. Este hotel tiene toda la pinta de quedarse aislado durante el invierno por causa de la nieve. Y, además, lo habitan unos señores muy extraños, que sólo hablan alemán, juegan a las cartas y beben mientras ríen a mandíbula batiente. Sólo callan cuando nosotros nos acercamos. Callan y sus rostros se tornan severos mientras nos miran de manera inquietante. En el oscuro pasillo que conduce hasta la habitación, justo frente a la puerta de la que por esta noche ocupamos nosotros, hay unas muñecas con cara de porcelana, que miran fijamente hacia el lugar donde pretendemos descansar, antes de emprender la primera etapa alpina de las que tenemos programadas. Y eso, por no hablar de las alimañas que rodean el edificio, que parecen estar al servicio del maligno. Llegando, un pastor se apresuraba a recoger todo su rebaño en el redil, como si tuviera miedo de que apareciera algún lobo. Y, por la noche, ya en la habitación, los dos rudos moteros nos sorprendimos luchando, armados con una toalla, contra un mosquito del tamaño de una moneda de dos euros. Y no es una exageración.
En el momento en que escribo estas líneas, aún no sé cuándo podremos subirlas al blog. Realmente no sé si las podremos subir. Ni siquiera si alguien tendrá la oportunidad alguna vez de leerlas. Todo está en silencio. Han dejado de oirse las risotadas que provenían de la planta de abajo. Ningún coche ha pasado desde hace rato por la carretera poxima al hotel. Desde la ventana sólo se ven las diminutas lucecitas que marcan el enclave que ocupan los pueblecitos en las laderas septentrionales de la cordillera de los Alpes. Lo demás es una negritud inmensa que no permite ni tan siquiera intuir el paisaje que nos trajo hasta este lugar. El baño, que está fuera de la habitación, está lleno de botes de gel y de champú cuyas etiquetas contienen textos en todos los idiomas. Será, probablemente, de visitantes que se los han dejado olvidados. O, quién sabe si es que estas personas nunca llegaron a abandonar el hotel…
El hotel se encuentra a muy pocos kilómetros de Oberstaufen, muy cerca de la frontera con Austria. Hasta él hemos llegado después de recorrer, por la margen alemana, el lago Konstanz prácticamente en toda su extensión, desde Stockach a Friedrichshafen, con parada en Überlingen. Precioso, espectacular la inmnsidad del lago y la vista de Suiza desde el lado alemán. Pero más bonita fue, incluso, la primera parte de la etapa. Tras desayunar en Neustadt, nos dirigimos en dirección noreste, al Parque Natural en torno al río Donau. Tuttlingen, Beuron, Sigmaringen… Los paisajes de esta zona siguen siendo espectaculares. Tanto, que estamos aprovechando algunos de los numerosos aparcamientos que existen dispuestos a lo largo de la mayor parte de las carreteras que estamos circulando en vez de bares y cafeterías en los pueblos que atravesamos, para dar cuenta del reparador bocadillo nuestro de cada día. Amén.
Y para algo más, y no me refiero a las necesidades fisiológicas que de cuando en cuando aprietan la vejiga, que también. Sino para estudiar la forma de, sin jugarnos la vida, poder grabar en vídeo nuestras correrías por las carreteras de la Selva Negra, Baviera y los Alpes y compartirlas con quien llegue a leer estas líneas. Si es que, claro, estas líneas llegan a colgarse en el blog.