Recogiendo los bártulos

Ha llegado el momento de recoger bártulos y pensar en el regreso a nuestra propia vida. La de todos los días. La que nos permite estas desconexiones de vez en cuando. Produce pereza pensar en volver a hacer la maleta, pensar en cargarla en la moto y en cruzar otra vez buena parte de España para echar por fin el telón a la espera de una nueva ocasión.

Ya estamos en el tiempo de descuento. Ha llegado el momento de recoger bártulos y pensar en el regreso a nuestra propia vida. La de todos los días. La que nos permite estas desconexiones de vez en cuando. Produce pereza pensar en volver a hacer la maleta, pensar en cargarla en la moto y en cruzar otra vez buena parte de España, de Palencia a Sevilla, para echar por fin el telón a la espera de una nueva ocasión.

No me apetece echar el cierre a esta aventura, pero me voy muy satisfecho. Está siendo un año muy duro, de cierta y ancha soledad, no buscada esta vez. Y, sin embargo, no he llegado a sentirme solo en estos diez días en medio de la solitaria Castilla. Conocer cosas nuevas, repetir visita a lugares en los que ya había estado con gente que ya no está y conocer, casi sin pretenderlo, a gente con la que terminas compartiendo sueños, ilusiones, anhelos, cervezas, cenas y gintonics ha hecho que este viaje termine siendo especial.

No sé lo que me deparará la vida de aquí a un año. He aprendido a vivir sin esperar nada. Y me voy con ganas de volver, seguramente como hospitalero, y sentir, de nuevo, el peso de las agujas del reloj en su lento avance y volver a oír el canto de los pájaros, que es el sonido que más se oye en Villalcázar de Sirga.

La iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga, vista desde la carretera.
La iglesia de Santa María la Blanca, de Villalcázar de Sirga, vista desde la carretera.

Antes, echado en la cama, me he descubierto pensando en la cantidad de sonidos de pájaros diferentes que llegaban hasta mí a través de la ventana de mi habitación. Yo no soy capaz de distinguirlos, pero son muchos y muy variados. Algunos suenan cantarines, otros resultan un poco más toscos y desagradables. Los hay que se escuchan por la mañana y también los que confieren a la noche parte de su misterio. Pero es, la mayor parte del tiempo, lo único que se oye. Así es el silencio.

Regreso a Carrión y Frómista

Esta mañana he vuelto a Carrión. Y a Frómista. A despedirme. En Carrión tenía pendiente de visitar la iglesia de Santiago por dentro, convertida en un museo con piezas de ésta y otras iglesias del entorno. Ha sido muy interesante, aunque, ciertamente, lo mejor de esta iglesia está en su portada y en el friso del pórtico. Luego he llegado paseando hasta la iglesia de San Andrés, un templo con trazas de catedral barroca, en el que destacan la pintura de la Adoración de los Reyes, que recuerda al estilo de Rubens (desconozco quién es el autor), y su espectacular órgano.

Y antes de marchar he ido a la iglesia del Monasterio de Santa Clara, uno de los más antiguos que existen, fundado por dos discípulas de la propia santa, para contemplar la Piedad de Gregorio Hernández, cumbre de la imaginería barroca castellana. Después marché a Frómista a despedirme de la iglesia de San Martín y a tomar una tónica antes de recogerme.

Detalle del órgano de la iglesia barroca de San Andrés, en Carrión de los Condes.
Detalle del órgano de la iglesia barroca de San Andrés, en Carrión de los Condes.

La gente de Villasirga

Acaba de llegar Ra, que me ha traído un libro sobre la iglesia de Santa María la Blanca para que me lo lleve a Sevilla. La verdad es que he estado muy a gusto en esta villa, donde me he sentido muy bien tratado por Lourdes, la propietaria del hostal, y por Ra, que le echa una mano.

También por los hospitaleros del albergue, Sonia y Roberto, que ya marcharon, y Gerardo, que llegó para sustituirlos. Y por Manuel y Mariano, propietarios de los dos bares que existen en el pueblo. Y por las otras dos Sonias, la responsable del albergue (no confundir con la hospitalera) y la chica de la Tasca Don Camino. Y por la sobrina de Manuel, que me ponía de cenar en Las Cantigas. Y por Francisco, que parece la persona más conocida y que a más gente conoce en el pueblo y por los alrededores. Y por tanta gente cuyos nombres desconozco, como los peregrinos con los que he coincidido estos días.

Estoy en el patio del hostal escribiendo. En un rato iré con Ra a tomar algo. Le he enseñado estos días a usar la nube para guardar sus archivos y está encantado. Y le he propuesto convertir a Villacázar de Sirga en un punto de referencia para moteros de toda España. Y se ha puesto con una moto con la idea. Ya veremos qué ocurre en el futuro. Pero el futuro empieza en breve. En cuanto cierre el cuaderno y dé por concluida estas vacaciones.

¡Hasta pronto!

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