En la vida uno ha de tomar constantemente decisiones. Si no, no vive, vegeta. Unas veces esas decisiones son más fáciles que otras, unas veces más trascendentes que otras. Lo que siga en el tiempo al momento de esas decisiones dependerá en mucho o en poco de ellas. Pero uno no se puede parar, porque el mundo no se para, como no se para la vida hasta que para, como no se paran los ríos. Y ya lo dijo Jorge Manrique, aquello de que «nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir». Cuando uno vive de prestado, como hacemos todos durante ese instante que es la vida en este planeta que no es nuestro, la vida debería ser un continuo rodar. Y yo hace algún tiempo que trato de rodar todo el rato, de vivir rápido, de adelantarme al tiempo…
Sé que no he sido justo con ella, que la he jubilado estando en lo mejor de la vida. Ella y yo. Que hemos compartido buenos momentos, buenas aventuras, hasta amoríos, que ella bien sabe de lo que hablo. Hemos sido compañeros de viajes y de placeres. Y ahora le he puesto los cuernos. Me sabe mal, pero ella ya no era capaz de darme todo lo que yo le pedía. Me daba, desde el primer día, todo lo que ella tenía, eso sí, era una entrega total. No me falló nunca, no me dejó en la cuneta ni una sola vez. Lloviera o hiciera calor, al lado de casa o a miles de kilómetros. Pero yo quería más, y ella lo entenderá. Lo tendrá que entender. Porque, además, al final me he quedado con su hermana mayor.
Mi querida Drag Star será pronto de otro. Sentiré celos si a su nuevo propietario le concede tantos placeres como me dio a mí, que la estrené, que la convertí en rutera, es verdad. Prefiero no volver a encontrármela por la calle, no quiero ver que otro la monta… Pero nuestra historia se acabó. Y hay que seguir. En adelante, la que me acompañará en mis viajes será otra, la Midnight Star 1300. Más potente, más grande, más confortable, más moto. Me haré a ella, disfrutaremos juntos… pero nunca podrá ser, ni ella ni ninguna otra, mi primer amor.