En Portugal, tan cerca y tan lejos, todo se detiene como en una película de Manoel de Oliveira. Un cuadro impresionista. Colores eternos. El rojo de la tierra roturada y las hojas otoñales de las vides salpican del color del tinto el campo amarillo de genistas. Es la ‘Rota dos vinhos do Alentejo’. El Guadiana la riega y la vigilan los castillos de Mourao y Monsaraz, convertido en estas fechas en espectacular Belén a la medida del hombre. Es día de fiesta en el católico y socialista Portugal. Los Reyes Magos (hay uno negro, para hacer caso a la tradición ibérica) se acercan en camellos de cartón piedra hasta el lugar donde se representa al pequeño Dios haciéndose hombre, también de cartón piedra, junto a un tendedero lleno de ropa limpia. Es el corazón de Portugal.
Tan cerca y tan lejos. No entiendo que Portugal siga siendo el gran desconocido. Pese a su exotismo, pese a su vecindad. ¡Qué facil es cruzar la frontera para darse un atracón! Y mira que hay donde elegir… Por Ayamonte, por Rosal de la Frontera, por Encinasola, por Villanueva del Fresno… Nosotros nos sumergimos en el mar de carreteras del Alentejo por Encinasola (Barrancos, Amareleja, Granja, Mourao…) y regresamos por Villanueva del Fresno (directos desde Mourao). La excursión customera se fraguó en pocos días y la decidió la lluvia. Desayuno en Higuera la Real, a medio camino de Sevilla y Badajoz, de donde partían los moteros, y almuerzo en la universitaria Evora a base de bacalhau, previa parada en Reguengos de Monsaraz para visitar ‘Toda a história do concelho’ encerrada en recoletas murallas que se revelan como un gran descubrimiento.
Aún sobrevive el mito de las carreteras de adoquines en Portugal, que no los adoquines. Porque las carreteras a la medida de la moto no tienen arcenes, es verdad. Y en ocasiones, en este valle del Alentejo, parecieran trazadas con tiralíneas. Pero su firme no es malo ni sus curvas, las que tienen, criminales. Y los portugueses, en cuanto descienden de sus coches mayormente deportivos, se transforman en personas encantadoras, de una amabilidad y educación exquisitas. Portugal no es ya el país barato de los escudos y los contos que aún recordamos (igual que España no es ya la de las pesetas). Pero tampoco es el país tercermundista que los ignorantes imaginan. Portugal es sabor (a mar, a vino, a bacalao, a tierra mojada…) y color, sobre todo color. El del sol del anochecer reflejado en las aguas del Guadiana al regreso de la ruta ponía los pelos de punta por su hermosura. También el de las fachadas azules, rojas, naranjas o amarillas de las casitas que flanquean la carretera en las travesías de los pueblitos en nuestro camino, como Vendinha. O el del campo, casi más rojo que verde por estas latitudes…
No recuerdo el nombre de la película aquella de Manoel de Oliveira. Pero se me quedó grabada esa imagen en la memoria. La ruta motera sólo se prolongó por un día, lo que la lluvia permitió. Pero el roble aquel en medio del campo de genistas en aquel plano eterno sigue esperando, paciente, que quien quiera verlo cruce la frontera y lo contemple. Es Portugal y está ahí al lado.