La quinta vez que me detuve en el peaje, le pregunté a la muchacha que me cobró si iba a tener que repetir muchas veces más la operación detén la moto-levántate la visera del casco-quítate los guantes-desabróchate la chaqueta de cuero-busca la cartera-saca la tarjeta de crédito-saca el DNI-guarda el DNI-guarda la tarjeta-coge el recibo-guarda el recibo-guárdate la cartera de nuevo-ciérrate la chaqueta-colócate los guantes-bájate la visera del casco-arranca la moto, todo ello sin que se te caiga el GPS. Y me dijo que no, que era la última (antes de Barcelona), a Dios gracias. Porque ya les vale que algunos tramos han sido de cuatro o cinco kilómetros entre peaje y peaje.
Vale que el primero, desde Valencia a no sé cuántos, pero pocos, kilómetros de Barcelona, había sido por un trayecto muy amplio. Tanto que en ese caso sólo me cobraron 21 euros. Pero luego vinieron los de 4,05 euros, 2,55 euros y 1,50 euros (la primera vez que me detuve en un peaje era sólo para recoger un recibo). Total, algo más de 29 euros. Y eso, según me dijo la chica, que las motos pagan la mitad. Temblando estoy de pensar lo que nos espera mañana en Francia: según viamichelin.es, hasta Estrasburgo deberemos perderle el cariño a casi 80 euros sólo de peajes.
Debió sentir pena de mi la mujer, que en ‘desagravio’ por la putada del peaje (no tanto por el dinero, como por el trajín que entrañaba cada vez que me paraba a pagar) y sin pedírselo me advirtió: «Ten cuidado, que ahora hay una viene una zona de radares muy puñetera. Cuando pases los cuatros túneles, no subas de la velocidad que marquen los luminosos, que están poniendo muchas multas ahora. Lo hacen para pillar a la gente», concluyó. Yo se lo agradecí, en cualquier caso. La solidaridad catalana en torno a la pela…
La segunda también ha sido una etapa técnica, casi 400 kilómetros de autopista, aunque ésta, al menos, tenía algunas curvas y un paisaje agradable. En algunos tramos, era posible ver el mar desde la carretera, que discurre entre montañas y en paralelo a la costa. A esa hora, cuando viajo me gusta conducir sólo por las mañanas y desde temprano, el mediterráneo refleja con la dureza de un espejo, los rayos de un sol naciente que, hasta hoy, dicho sea de paso, está acompañando el viaje. Seguramente algún día nos llueva. Es muy bonito, en cualquier caso, ver, aunque sea con el rabillo del ojo, el reflejo plateado sobre el mar verde de los naranjales que separan la carretera del mar. Sobre todo, después de la aridez de una etapa como la del primer día. Tengo ganas, muchas, de dejar la autopista y meterme de lleno en las carreteras de sierra. Será dentro de tres días. Supongo…