En ocasiones, las personas son lo que son por obra y gracia de sus propias decisiones. En ocasiones, digo. Eso no significa que uno elija siempre y en todo momento ser lo que quiere o ha querido siempre ser. Porque el control que podemos ejercer se limita a lo que hacemos, a las decisiones que tomamos, pero no a sus consecuencias. Y otras veces, seguramente las más, ni siquiera llegamos a tomar nosotros tales decisiones. O las tomamos simplemente movidos por la inercia, una vez tras otra, como un péndulo que va y viene impulsado por fuerzas exógenas, hasta configurar una vida que sólo mirando hacia el pasado cobra sentido. O no…
Es lo que le pasa al protagonista de Paz para un hombre sin voluntad (Serie Gong, 2021), tercera novela de Juan Pablo Rozas Rivera (Santiago de Chile, 1948), que habla de sí mismo en tercera persona y se muestra al lector sin más nombre que el de «narrador», y al que otros personajes, sólo en dos ocasiones a lo largo de la novela, hacen referencia a él por su apellido: Mendiburu. A raíz de un encuentro fortuito con un amigo de los de toda la vida, que le informa del fallecimiento de una persona conocida, el narrador reconstruye un relato de su propia vida en forma casi epistolar. El destinatario es a veces la persona fallecida, y a veces él mismo, como en un soliloquio.