Éste es el blog de un viajero en moto. Eso dice el subtítulo, casi ilegible -cualquier día me pongo y capaz soy de dejarlo resuelto-, bajo el nombre genérico del mismo. Pero en realidad no sé para qué escribo ni para quién. En principio, para mí, sí, vale, de acuerdo. Pero es mentira. Atrás quedó la época de los diarios íntimos, casi secretos, que uno escribía para que nunca los leyera nadie. Internet nos ha vuelto un poco exhibicionistas. Y también algo voyeurs, que es la otra cara de la misma moneda. La experiencia del viaje es siempre íntima y siempre diferente respecto a la que pueda tener otra persona, por mucho que los lugares por los que el viajero pase en su retiro vacacional, que eso es el viaje, sean los mismos. Un retiro, sí. Cambiar de aires, abandonar la rutina diaria, dejar de ver los rostros de siempre, probar otros sabores, otros sonidos, mirar otros paisajes, contemplar otros atardeceres… Buscarse a uno en el espacio más abierto posible.
Insisto en que no sé por qué ni para quién escribo estos textos sin pretensiones. No son para que una vez al año algunos hagan chistes sobre cómo el tiempo va dejando sus huellas en el viajero -que justo le echa un pulso al tiempo intentando conocer este mundo en el que el azar nos puso un día, antes de que termine la partida-, ni para que otros tiren de ese repertorio tan manido como vacío y nos digan que tengamos cuidado con la carretera o nos pidan fotos y más fotos…
En este blog con frecuencia me he desnudado. Quizá demasiadas veces. A veces me he sentido como en esa pesadilla recurrente en la que uno, de repente, se percata de su desnudez en medio de un entorno en el que nadie, sólo él, muestra su intimidad. No me produce, sin embargo, pudor. Busco las emociones, quiero sentir, no sólo conocer. Porque en cuatro días nos vamos todos a hacer puñetas. Y cuando me llegue el turno, quiero tener la certeza de que yo he puesto todo de mi parte para sacarle el máximo jugo a la experiencia absurda y hermosa de la vida.
Quizá fuera eso, sí. El reto de hacer cosas que parecían una locura: viajar solos, la moto y tú; llegar a donde la mayoría no se atreve; hacer divertido lo que otros hacen de forma rutinaria. Es muy fácil ir a Londres en avión, pero yo aparqué mi moto en Covent Garden.
Este blog no es una guía de viajes, que ya existen, en las que se recomiendan os mejores restaurantes en los que comer y los mejores hoteles en los que dormir. Ni es un localizador de rutas, que para eso hay libros y sitios webs muy buenos. Ni los relatos que en este blog se vuelcan empiezan necesariamente con la hora del desayuno y terminan en el momento de apagar la luz para dormir, previo inventario de kilometros recorridos, litros de gasolina consumidos por las motos y jarras de cervezas engullidas por sus propietarios en cada jornada.
Sólo puedo viajar en verano, como la mayoría. Y el viaje de este año, por as razones comentadas en entradas anteriores y otras que no vienen al caso, no ha podido ser como se planeó. Pero la moto permite la libertad de arrancarla y dejarte llevar. Estos tres días en Lisboa han sido excepcionales. Pero no nos ha descubierto muchas cosas que no conociéramos. Algunas sensaciones sí las hemos revivido, como el sobrecogedor paso por el puente 25 de Abril, y otras han sido nuevas, como recorrer los 17 kilómetros -doce de ellos sobre el agua- que tiene el puente Vasco da Gama. Pero en Lisboa ya habíamos estado en ocasiones anteriores, incluso en moto.
Sigo viajando. En unas horas vuelvo a dejar Sevilla. Esta vez no sé a dónde iré.