No puede ser suerte

El dolor ha vuelto a disiparse, como en anteriores ocasiones, al pisar la piedra dura de la capital compostelana. Las piernas se vuelven ligeras de nuevo y algo en tu interior te invita a pensar en cuál será tu próximo Camino. No puede ser casualidad.

Cuatro caminos completados, todos en primavera, y en todos me ha respetado la lluvia. En al menos tres de ellos, el agua se ha hecho presente justo después de llegar a Santiago. No antes. Y esto no puede ser suerte.

Hace un buen rato que hemos llegado a Santiago. Etapa muy fácil y muy bonita la que nos ha traído desde Sigüeiro. Mucho más bonita de lo que me esperaba, incluso a la entrada de Santiago. No hemos visto la Catedral hasta estar bien cerca. Y eso ha evitado la ansiedad de otras últimas etapas, como cuando divisas, por ejemplo, las dos torres del Obradoiro desde Milladoiro, a falta aún de 8 kilómetros para llegar.

El dolor ha vuelto a disiparse, como en anteriores ocasiones, al pisar la piedra dura de la capital compostelana. Las piernas se vuelven ligeras de nuevo y algo en tu interior te invita a pensar en cuál será tu próximo Camino. No puede ser casualidad.

Quieres llegar a la Catedral, quieres disfrutar de esa sensación de tiempo detenido que es todo el Camino y que, ¡oh, paradoja!, se acerca a su final. No quieres que se acabe. Te aferras a una ciudad tomada por peregrinos y turistas y, tras abrazar al apóstol como manda la tradición, sin tiempo para susurrarle al oído el nombre de todos aquellos de parte de los cuales le llevas algún recado, emprendes un camino por los bares de Santiago, para seguir brindándole estrellas a toda la gente que te acompaña en tu caminar diario… y a los que te acompañaron alguna vez.

Recorres los lugares donde ya estuviste y en los que fuiste feliz, que te regalan recuerdos de tiempos pasados. Te acuerdas de la primera vez que hiciste el Camino, de con quién y porqué y vas en busca de aquella Adega Abrigadoiro, ahora cerrada, en la que tanto disfrutaste entonces. O caminas por la calle en la que aparcaste la moto aquella vez que hiciste el camino por carretera, él en su Harley y tú en tu Yamaha.

Pero también haces una incursión por lugares nuevos, sembrando recuerdos para futuras visitas. Hemos cenado en un restaurante que nos recomendó Adriana, la propietaria de Rico Pichón, en Sigüeiro, A tasquiña da Senra, en la plaza de Galicia. Y ha sido todo un acierto.

Disfrutar de la lluvia

De la lluvia hemos disfrutado a través de los cristales en la Plaza da Quintana, porque ver llover en Santiago es todo un espectáculo. Y, por la tarde, en la misa de peregrinos, con partes en polaco y alemán y una monjita empeñada en que el pueblo cantara el salmo a un tempo sin ritmo y en un tono imposible, hemos asistido en directo a la incensación de la Catedral con el botafumeiro.

No ha sido suerte tampoco. O quizá sí. En esta ocasión ha sido un grupo de peregrinos norteamericanos, eufóricos, supongo, por el nombramiento de un compatriota suyo como papa, quien ha pagado para ver el botafumeiro en acción.

Gracias a Dios, a la vida, al apóstol Santiago, o a quien haya que dárselas por este Camino, al que no le ha faltado ni le ha sobrado nada. Y gracias, por supuesto, a Javier, compañero de tantos y tantos caminos recorridos, y no todos a pie.

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