(Por Emilio)
¿Dónde está Cuenca? Pregunta difícil de responder viniendo por carretera desde Andalucía. Tras cruzar los largos túneles de Despeñaperros, verdaderamente galácticos por su señalización e iluminación, comienzan cientos de kilómetros sin casi nada ni casi nadie. Es la Mancha… Un solitario cartel anuncia el cambio de provincia hasta que, por fín, en un cartel junto a Mota del Cuervo, aparece la primera indicación de la buscada ciudad… Con la alegría de poder repostar, aprovechamos para probar un autoproclamado «magro con tomate», versión pretenciosa de la popular carne del mismo nombre, y un pincho de tortilla un tanto arenosa, posiblemente congelada en alguna glaciación pretérita… Eso sí, el cartel de la entrada ya avisa de que está prohibida la comida «raída de casa». En fin, no parece muy necesario el matiz… Eso sí, el tomate y la salsita estaban estupendos. Tras rebañar una batalla naval, hemos dejado el plato listo para volver a la vitrina… Y de postre, control de alcoholemia de la Benemérita… Eso sí que espabila: aun dando negativo y todo, te deja despierto como un café intravenoso para toda la tarde…
Y de repente, el paisaje se vuelve verde y boscoso y se llega a Cuenca. Ciudad preciosa y quizas olvidada, Patrimonio de la Humanidad, como bien anuncian a la entrada y en casi cada esquina. Y me alegro mucho de haber vuelto, y recordar un bonito viaje familiar de mi infancia, cuando todo era gigante y motivo de asombro. Y en un hostal limpito y agradable, donde unos relojes te informan de la hora en las otras metrópolis del planeta, el mundo es nuestro…