Mono de moto


Mono de moto. Y de sol y de tiempo seco. Que el sur nos tiene mal acostumbrados y la lluvia castigados. Mono de moto. Y de curvas en la carretera, el tanque lleno y que el viento te lleve.

Mono de moto. Y de pueblos blancos y olor a chimenea. Las Palomas, 1.357 metros. Un puerto entre dos mares únicos. A un lado el pinsapar; al otro los alcornocales. El camino te lleva de Algodonales a Zahara y de Zahara a Grazalema. Después, Benaocaz, Ubrique y el mojón de la víbora. La lluvia ha reverdecido el pasto. Cabras, ovejas y vacas a un lado y otro de la marcha. En Villaluenga del Rosario el Museo del Queso recibe al visitante.

Mono de moto. 500 kilómetros en vena. Desde las alturas, las motos se antojan los glóbulos rojos que circulan por las arterias de asfalto que riegan la Subbética. Los ciclistas quedan atrás. En el fondo, se les envidia. El sol los hace brotar, como a las setas tras la lluvia, como a los senderistas que recorren a pie los caminos entre pinsapos o alcornoques. Como a las motos, en tromba donde quiera que pares.

Mono de moto. Las curvas conducen hasta Alcalá de los Gazules. Carreteras lentas, pulso acelerado. Hasta San Roque se llega por la autovía. Café en la Alameda. A la vuelta, las luces intermitentes de los molinos de viento recuerdan los bombardeos que la televisión nos ha enseñado mil y una noches. Es sólo una ilusión óptica, no especialmente hermosa. A las motos no les gustan las autopistas. Pero se ha hecho de noche y no es cuestión de perderse por las curvas. La sed, de momento, ha quedado saciada.

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