Mi Festival de Sevilla (I): ‘The Innocents’

En 'The Innocents' todo nos resulta conocido: El uso de niños para aumentar la carga terrorífica que de por sí tiene la violencia (ésa era, precisamente, la vuelta de tuerca que proponía Henry James hace 123 años), y el cataclismo desatado por el uso descontrolado de los poderes telequinéticos con que ya nos asustó en 1976 Brian de Palma con Carrie.

Un festival como el Festival de Cine de Sevilla es toda una experiencia. No suelo ser de los hartibles. Un año lo fui y terminé reventado, lo que me impidió disfrutar de muchas de las películas que me tragué. Pero, con moderación, es un gustazo. Da la oportunidad de conocer títulos que rara vez vuelven a proyectarse en los circuitos habituales, aunque últimamente determinadas plataformas ofrecen muchos de estos títulos, siquiera de manera temporal.

Con estos apuntes más o menos improvisados sobre una selección de películas bastante sui generis (algunas elegidas por interés personal sobre el tema, otras simplemente por compatibilidad de agenda) no pretendo hacer crítica cinematográfica alguna, sino sólo compartir mi experiencia como espectador respecto a las películas que vea, por si a alguien le interesa. Eso sí, advierto que, aunque no sea mi intención, en ocasiones los textos pueden contener algún spoiler. El que avisa no es traidor. Dicho lo cual, pasen y lean… si quieren.

El cine de género juega con ventaja frente al cine sin etiquetas. Tiene sus propios códigos, fuera de los cuáles puede, tal vez, hacer aguas. Y así, valoramos las películas de 007 en función de la espectacularidad de la secuencia inicial, los gadgets de que se vale el protagonista, el Martini, el Aston Martin y el Bond, James Bond a que nos tiene acostumbrados. Y así, se dan casos en que una misma película puede ser de 10 y un truño al mismo tiempo.

A The Innocents (Eskil Vogt, 2021) le pasa un poco eso. En este caso, el género es el terror. No es un truño, vaya por delante. Pero tampoco es de 10. El terror con niños lo inventó Henry James a finales del siglo XIX, cuando publicó Otra vuelta de tuerca. Y en el cine hemos conocido ejemplos notables, muchos de ellos con sus correspondientes remakes, más o menos acertados o fallidos, como El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960), La profecía (Richard Donner, 1976), Los otros (Alejandro Amenábar, 2001), Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2009) o El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), entre otras muchos. La cinta noruega proyectada en el Festival de Cine de Sevilla es de algún modo deudora de todas ellas.

La película se deja ver. Tiene sus sustos, sus escaleras (que no pueden faltar en ningún título de terror que se precie), sus buenos y sus malos. La atmósfera fría, pese al verano, que a mí me recuerda a la de la película de Alfredson, está conseguida y la interpretación de los niños es ciertamente notable. Pero falla la historia.

En ocasiones resultan desagradables ciertas dosis de violencia (vale, de acuerdo, eso depende de la capacidad de aguante del espectador), aunque quizá sea la única forma de explicar cómo esos niños pasan de jugar de manera inocente haciendo uso de ciertos «poderes» a embarcarse en una cruenta guerra a muerte. Los niños, los de verdad, se enfadan entre ellos, pero se perdonan y olvidan. Nada en la película parece tan grave como para terminar como termina. Tampoco resulta acertado, a mi modo de ver y sin entrar en detalles, el tratamiento que la película hace de un trastorno como el autismo.

Como decía al principio, las películas de género, en este caso de terror, tienen su propio código y generan un universo propio, fuera del cual no funciona el relato. Pero en este caso, ni siquiera es novedoso. Todo nos resulta conocido: El uso de niños para aumentar la carga terrorífica que de por sí tiene la violencia (ésa era, precisamente, la vuelta de tuerca que proponía Henry James hace 123 años), y el cataclismo desatado por el uso descontrolado de los poderes telequinéticos con que ya nos asustó en 1976 Brian de Palma con Carrie.

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