Es algo que yo ya sabía, y que muchos de los que me conocen, también. Y en Alemania no hago más que confirmarlo. Están por todas partes, es imposible escapar a sus encantos. Para no caer en la tentación, lo mejor es quedarse en casa, y, en ocasiones, tampoco así nos libramos de ellas. Nos tienen rodeados, son nuestra perdición. Me gustan todas, de todas las tallas, las más grandes, las más pequeñas, las medianas, desde las rubias a las negras, pasando por toda la gama de colores; las alemanas, por supuesto, pero también las holandesas, las checas (éstas, mucho), las belgas, las españolas y hasta las británicas. Es verdad que a veces son traicioneras, que al principio todo es muy bonito y luego te das cuenta del error, cuando ya es tarde, pero me encantan. Me gustan a todas horas, me gustan por la mañana, por la tarde y por la noche. ¡Ay, qué haríamos sin ellas! Two more beers, please…