Ah, Inglaterra… Se nota que estamos en Inglaterra. Las mujeres no tienen ya nada que ver, por lo general, con las que había al otro lado del Canal de la Mancha. Y eso que a mí me gustan todas. Sé que no se puede generalizar, pero es que se nota. Las autopistas no tienen peajes, ni las carreteras arcenes. Y las limitaciones de velocidad están en millas, con lo que hay que tirar de calculadora mental para no pegar un frenazo al ver que en un tramo de autopista la velociad está limitada a 50. Dover nos recibe con cuatro gotas. Casi ni nos mojamos. Pero es una señal: «Recuerda que estás en Inglaterra; no lo olvides». Hace días que observamos con preocupación los neumáticos. No estaban mal cuando emprendimos la marcha. Siguen, 2.400 kilómetros (y unas pocas millas náuticas) después, sin estar mal del todo… ¿Pero y si llueve? De momento, el tiempo seco, salvo esas cuatro gotas, no nos ha abandonado. Crucemos los dedos.
En Inglaterra la gasolina está más barata que en Francia. O, al menos, no más cara. ¡Qué tontería, si eso es imposible! La libra ha pegado últimamente un bajonazo respecto al euro y se cambia casi a libra por euro. Digo casi… En Francia, la gasolina la hemos pagado entre 1,46 y 1,52 euros el litro (en España estaba a 1,15 cuando salimos). Aquí, en Inglaterra, a 1,2 libras. Menos mal, no obstante, que las motos se están portando muy bien en cuanto al consumo: una media de menos de cinco litros cada 100 kilómetros, a pesar de los 1.300 centímetros cúbicos y los 303 kilos de peso en vacío de la Yamaha. En unos 2.400 kilómetros que les llevamos hechos habremos gastado unos 120 euros en combustible para las motos. Cada una. No está mal. Y otros tantos en combustible para nosotros.
En cualquier caso, lo más relevante en Inglaterra (paisaje y paisanaje a un lado) es lo de conducir por la izquierda. Tanto para quien ya lo ha hecho en anteriores ocasiones, como para quien experimenta esas sensaciones por vez primera. Al principio da un poco de miedo. Sientes que los vehiculos que circulan en sentido contrario van a pasar por encima tuya y te van a aplastar como a una cucaracha. Luego, cuando comprendes que los demás también conducen por su izquierda, ese miedo va haciendo que el cuerpo segregue adrenalina en cantidades importantes. Si a eso se le suma la sensación de ir conduciendo por el carril rápido de la autopista (por el que tú crees que es el carril rápido), el vértigo es mayor. Al poco te vas acostumbrando y sintiendo más a gusto conduciendo de esa manera. El primer adelantamiento te cuesta. No te atreves, dudas… Al final, te decides y lo haces. Te gusta. Te sueltas. Adelantas a otro camión. Luego a otro más. Al final adelantas de dos en dos y disfrutas conduciendo… Hasta que llegas a Londres. A la circunvalación, eh, que no hay que meterse en el centro para ir de Dover a Ely. Atascos, retenciones, obras… Un infierno. Deseas llegar, pero las millas se hacen interminables. Ves que la salida está a 9 millas, y aún has de recorrer 15 kilómetros que pasan lentos en medio del atasco.
El día ha tenido de todo. Un poquito de ferry, hora y media de trayecto entre Calais y Dover. Espectacular entrada por la bocana del puerto inglés con los acantilados blancos de testigos. Y tres horas de carretera… conduciendo por la izquierda. Fotos en la rotonda con las indicaciones hacia Cambridge (¿a que de ésas no hay en Espartinas?), visita a Beverly Holland y aterrizaje en Ely Guest House, un Bed and Breakfast sin parking ni desayuno, pero en pleno centro. La localización, imapagable. Ahora esperamos la hora del ensayo de la boda (mira que si sale mal el ensayo y la aplazan hasta tenerla mejor preparada…) y cena en familia.