En la tele ponen Doctor Zhivago mientras escribo estas líneas. A Omar Sharif le han hecho recientemente un homenaje en Almería por el rodaje, hace cincuenta años, de otra película de David Lean, Lawrence de Arabia, que convirtió en el celuloide a Carboneras en la ciudad de Aqaba y al desierto de Tabernas en Wadi Rum. No he llegado hasta Carboneras, sino sólo hasta Roquetas de Mar, un monstruo en medio del mar de plástico de los invernaderos.
La ida la hice por la carretera de la costa, primero hasta Motril, por autovía, y después, a ratos por autovía, a ratos atravesando ciudades en plena efervescencia turística, hasta la Mojonera y de ahí a Roquetas. He comido pescado con Jesús y María y hemos tomado café en un pub con nombre de fotógrafo, y en una de cuyas paredes hay un enorme mural que reproduce una de las obras más conocidas de Helmut Newton. La vuelta he preferido hacerla por la A-92, todo autovía hasta Granada, pero que atraviesa un paisaje tan espectacular o más que el de la carretera de la costa, desde la desértica Almería hasta la vega y la sierra granadinas.
Desde la carretera se aprecia no sólo el desierto, sino hasta varios de los decorados de la época dorada de los espagueti-western, ahora reconvertidos en atracciones turísticas. Será desierto, esto es que llueve menos de 200 litros de agua por metro cuadrado al año, si no recuerdo mal lo que se estudiaba en el colegio. Pero a mí me ha llovido justo al dejar atrás Tabernas y antes de llegar a la salida hacia Gérgal. Ha sido una de esas tormentas de verano, con fuerte aparato eléctrico en un primer momento (las culebrinas de los rayos acojonan desde la carretera), y una tromba de agua de no más de dos minutos, de las que mojan de verdad. Luego he tenido una hora o quizá más para secarme, hasta llegar a Granada.