Lisboa no es una ciudad para las motos. Con sus empinadas cuestas, su adoquinado tan característico, sus raíles del tranvía, su abandono… Meterse en Alfama es toda una aventura. En el GPS aparece dibujado un laberinto de callejas de pendiente indescifrable. Emilio trata de averiguar los arcocosenos de las calles que suben y bajan del Castillo de San Jorge, en un intento inútil por averiguar qué porcentaje de pendiente hemos subido. Imposible. Desde el mirador de Gracia se ve la capital portuguesa casi entera. Los alrededores de Madredeus, al otro lado del castillo, se nos escapan. Empieza a oscurecer y las luminarias le confieren a la estampa un aspecto fantasmagórico, que atrapa. Pero hay que irse, que se nos echa la hora encima.
Hay que ver lo que hemos subido y lo que hemos bajado. Allí se ve el Bairro Alto, donde hemos decidido cenar. Lo hacemos en O Minhoto, en lo más alto del Bairro Alto. Los carteles dicen que allí tiene su sede la asociación portuguesa de amigos de la Pan-European. No sé cómo lo hacen, porque las motos allí no llegan. Las nuestras están aparcadas en la Plaza de Luis de Camoes, a unos metros del Largo do Chiado, donde Pessoa sigue haciéndose fotos con los turistas sin torcer el gesto. Decenas, tal vez centenares de jóvenes se citan en el botellódromo oficial de Lisboa, antes de subir hacia el Bairro Alto a por caipirinhas, mojitos y otros cócteles. Fuera de España, los cubatas son otra cosa.
Nos ha costado bastante llegar hasta allí. Bajar de Alfama (léanse las entradas del anterior viaje a Lisboa) es toda una aventura. Calles estrechas, muy estrechas, empedradas más que adoquinadas, parcheadas de asfalto viejo, con pendientes de montaña rusa y recorridas por las vías de un tranvía que en ocasiones te persigue y en ocasiones se dirige hacia ti de frente. Trampas mortales para las dos ruedas. No es difícil que a diario alguna moto termine dando con las defensas en el suelo, nos cuentan los lugareños. Nuestras motos de carretera no están diseñadas para callejear por vías así. Los 400 kilos que pesan la moto y el motorista bajan en primera desde el mirador, frenando el descenso con el motor y con los frenos. El acelerador no se usa. Tampoco se respira en algunos tramos.
Luego están las grandes avenidas nuevas que también tiene Lisboa. Son eso, grandes y nuevas. Sólo eso. Fuera del caso histórico más histórico no hay calles empedradas. Pero el firme de asfalto es, por lo general, malo. Hundido, bacheado, parcheado… Por no hablar de la sincronización de los semáforos. De la que no tienen, vaya…
Lisboa no es una ciudad pensada para las motos. Pero a nosotros eso no nos importa.