Les 400 coups

Franceses tenían que ser los que decidieron ubicar un aparcamiento en una zona que se inunda cada vez que sube la marea. Y encima cobran por dejar el coche (o la moto) en él. Te advierten, eso sí, de a qué hora está prevista la siguiente marea alta… Si retiras el coche o no a tiempo es cosa tuya. Es el Mont Saint Michel, una maravilla pese a la bulla que siempre lo inunda. Antes de que se construyera la carretera que une a esta ciudadela medieval -ordenada construir, según la tradición, por el propio arcángel- con la tierra firme, cuando subía la marea se quedaba convertida en una isla. Ahora ya siempre tiene la comunicación asegurada con el resto del continente por esos dos kilómetros de carretera que separan las zonas de aparcamiento de los autobuses turísticos de la de los demás vehículos. Pero esas zonas se siguen inundando, y allí dejamos nosotros las motos…

Hoy sí que nos hemos mojado bien, y sin necesidad de que la marea del Atlántico nos arrastre mar adentro. La lluvia nos ha acompañado (o perseguido, según se mire) desde que salimos en dirección al Mont Saint Michel. A 12 kilómetros de ese espectacular enclave (lo de la cámara ya no tenía solución) paramos para decidir, bajo a lluvia, si seguíamos adelante o si nos íbamos en busca de un baño para pegarnos una ducha calentita y ponernos ropa seca. Y de perdidos, al río. Si por algo siento lo de la cámara es porque se trata de un regalo, que por las fotos ya se las piratearé al compañero. Y menos mal que llevaba la otra cámara, que dejé en la moto, por cierto, mientras visitábamos la abarrotada ciudadela (dice Emilio que, salvando las distancias, le recuerda al barrio musulmán de Jerusalén).

Hemos dejado atrás Normandía y hemos cruzado la Bretaña hasta recalar en una de las ciudades más hermosas del Valle de Loira, Angers, cuna del estilo gótico de Angers, como su propio nombre indica, el Calvados, la dinastía Anjou y el Cointreau. Cenamos en una calle que aún tiene vida, y bastante, a las 22 horas. Crepes… La carta de los restaurantes, en esta Francia que estamos recorriendo, es más o menos razonable, para tratarse de un sitio turístico. Pero, joder con la cerveza. La gasolina y la cerveza, carísimas, parece que lo hacen para fastidiar a los moteros…

La última nos la tomamos en un garito donde una caña sólo vale 2,30 euros. Nos parece barato y nos quedamos. Junto al bar, un edificio modernista y un cine con nombre de película de Françoise Truffaut, Les 400 coups. Decididamente, me gusta Angers.

No sabemos en que día vivimos, y eso es bueno; pero intuimos que el viaje ya ha entrado de lleno en el camino de vuelta; y eso ya no nos gusta tanto. Mañana, La Rochelle y Rochefort, pasado mañana los Pirineos… Y cruzando los Pirineos, ya se sabe lo que hay… Pero no corramos, que aún queda viaje.
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