Las chicas, nuestras chicas, se están portando estupendamente. Desde que salimos de Sevilla, aunque este viaje no ha sido precisamente una proeza motera, es una satisfacción -y tranquilidad- saber que no importan las cuestas, los empedrados o los vendavales costeros. Se mantienen firmes, estables, y siempre con nosotros. Lo cual, aunque queramos, no siempre es fácil…
Y como no estamos recorriendo grandes etapas ruteras, no se nota -tanto, dice Ignacio- la diferente autonomía que tienen. Escarmentado del viaje pasado, cuando llegamos hasta el centro de las islas británicas con algunos sustillos de suministro en Francia, ya traía preparada una solución de emergencia. Aunque mi compañero motero no tiene muy claro que un macarrón de plástico de dos metros y un embudo sean convalidables por un depósito mayor…
Una amiga las denomina -cariñosamente-, «las vespas». Otra, motera y especial, también las llama como se titulan estas líneas. Y, aunque también tenemos algunas «opositoras» muy cercanas, a todas, les mandamos un beso desde «las chicas», nuestras chicas.