La última chicotá

Perdón, quise decir, como siempre, la penúltima. Porque a este par de viajeros moteros aún les quedan muchos, muchos kilómetros -y millas- que recorrer. Por supuesto, dejo el relato de tantos y tan maravillosos hechos como nos acaecieron, al cervantino modo, al ilustre cronista, compañero de viaje y hombre de buenas letras y certera pluma.

Únicamente me permito aprovechar estas líneas para apuntar cómo la (pen)última chicotá de este viaje ha sido la más larga y, motorísticamente hablando, la más dura. Como ya os contaremos, al cruzar la línea que separa Castilla de Extremadura, alguién encendió el horno. Y a medida que nos acercábamos a la patria chica, iba dándole vueltas al mando. En realidad, comenzó a primera hora de la mañana en el santuario de Nuestra Señora de Lourdes y finalizó pasada la medianoche a los pies de la Inmaculada, junto a la Giralda, donde el mensaje de la madre del Señor a la humilde pastorcita pirenaica se convirtió en el dogma establecido por esta tierra de María Santísima. Conste que este improvisado párrafo está especialmente dedicado a los amigos cofrades que tanto se preocuparon por los (inicialmente preocupantes) aspectos espirituales de este viaje.

Hemos cumplido los objetivos propuestos, a saber, participar en la estupenda boda de Anna y Víctor, en el bonito pueblo de Ely (afueras de Cambridge, para los recién llegados) compensando con los sombreros de ala ancha la presencia de los turbantes hindúes de la familia de la novia, y visitar -y rezar en- el Santuario de Lourdes. Además de otros muchos objetivos viajeros, incluyendo recorrer las impresionantes playas del desembarco de Normandía y asombrarnos ante los mágicos megalitos de Stonehenge. Y, por supuesto, parar en todas las tascas y tabernas que hay desde Sevilla hasta Cambridge.

Y a los lectores de este blog -por si acaso aún quedara alguno-, contarles que en esta última etapa hemos tenido el GPS de Ignacio apagado. Metido en su funda, vamos. Más que nada para evitarle la tentación, a nuestro tecnológico amigo, de meternos en algún maizal o algún sembrado que aún le quedara por conocer. 

Pero aunque la del domingo sí fuera la (pen)última chicotá de este estupendo viaje, terminar, terminar, lo que se dice terminar de verdad, terminará -aviso a navegantes- con un papelón de pescaíto frito y un cubo de cinc lleno de botellines fresquitos. Como tiene que ser.

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