En el momento en que escribo estas líneas soy uno de las trescientos afortunados que han visto en España el documental de Sheila Hayman «Fanny: The Other Mendelssohn». Se estrenó en nuestro país este jueves, en Sevilla, en el antiguo Teatro Cervantes, recientemente reinaugurado, tras una intensa rehabilitación. Y es una auténtica maravilla. Me refiero al documental. Y al teatro también. Este sábado, en Valencia, otros trescientos, aproximadamente, disfrutarán del mismo privilegio de que disfrutamos ayer en Sevilla. Y punto. La inmensa minoría de la que hablaba Juan Ramón.
El estreno en España de un documental como éste, producido por una cineasta ganadora de un Premio BAFTA, que otorga la academia británica de cine, es todo un lujo. Después de exhibirse en festivales de Alemania, Francia, Italia y Estados Unidos, que hayamos tenido la ocasión de conocer parte de la corta pero intensa vida de Fanny Mendelssohn, una artista adelantada a su tiempo, una compositora moderna nacida hace 200 años, hay que agradecérselo al empeño personal de Beatriz González Calderón.
Beatriz es violonchelista. Gaditana para más señas. Gaditana y cuartetera en carnaval. Es una artista con una curiosidad infinita, más poderosa que cualquier obstáculo, y son muchos los que ha tenido que superar y sigue superando día a día, decidida a alcanzar las cimas donde pocos se plantean que es posible llegar. Beatriz, además, dirige una orquesta, toda de mujeres, toda de cuerda, con un objetivo para ella irrenunciable: que se conozca (y reconozca) el papel de la mujer en la historia de la música. Pero no por el hecho de ser mujer, sino por sus propios méritos, por sus aportaciones y por la calidad de su obra.
Siendo parte de su tema de estudio habitual, la violonchelista tuvo conocimiento del estreno de esta película y contactó con la productora con la intención, básicamente, de encontrar alguna forma de ver la cinta. Pero finalmente consiguió traerse a España la película y a su directora, tataranieta, por cierto, de la compositora, para compartirla siquiera con un puñado de privilegiados. Por ello, ¡chapeau!
Mendelssohn y la Reina Victoria
El documental de Sheila Hayman se construye a partir de una paradoja. Félix Mendelssohn interpreta sus composiciones en Londres, nada más y nada menos que en el Palacio de Buckingham ante la Reina Victoria, y ésta le pide que toque la pieza de su repertorio que a ella más le gusta. Es 1842. Y la pieza en cuestión es Italien. Pero resulta que esa obra no la había compuesto Félix, sino su hermana mayor, Fanny.
Estos días he leído en redes sociales a gente que no ha visto el documental negar el hecho de que la obra de Fanny Hensel, de soltera Mendelssohn-Bartholdy, haya permanecido oculta bajo la alargada sombra de su hermano menor durante más de 150 años, y que aún hoy permanezca eclipsada por la brillantez de la obra de Félix. Sin embargo, es una realidad. Cuando se menciona a Mendelssohn nadie se pregunta si nos referimos a Félix o a Fanny, lo que demuestra que, desgraciadamente, ésta aún no cuenta. Pero si es por Strauss por quien preguntamos siempre surge la duda de si nos referimos a Johann (padre o hijo), Josef o Richard. Aunque el muniqués nada tenga que ver con la familia vienesa.
Una de las cosas que entendí cuando empecé a seguir el trabajo de Beatriz y su proyecto Almaclara es que las mujeres, en este caso, las mujeres músicos, no deben entenderse como un elemento aislado o marginal del fenómeno musical en su conjunto, sino como parte inseparable de éste. Que la justicia histórica no es una cuestión de cuotas. Que la historia de la música la han escrito compositores (hombres y mujeres) e intérpretes (hombres y mujeres). Y que la jerarquía debe establecerse en función de su aportación a la música de su tiempo y su influencia posterior, y no por una mera cuestión de género.
Valiente y generosa, pero también sufridora
No se trata, pues, de si Fanny era mejor o peor que Félix, sino de disfrutar de la oportunidad de conocer su obra. De huir de los dogmatismos que fijan jerarquías inamovibles, siempre de arriba a abajo, y dar la posibilidad de que cada cual, de abajo a arriba, decida qué compositor le gusta más o cuál menos. El conocimiento no debe producir temor.
Que admitamos el papel fundamental de Anna Magdalena Bach en conservar y transmitir a las generaciones futuras, gracias a sus transcripciones, una parte fundamental del trabajo de su esposo; que comprendamos que la obra de Robert Schumann se ha salvado del olvido por el empeño de su viuda, Clara Schumann, en difundirla durante los cuarenta años que le sobrevivió, temerosa de que nunca apareciera una figura que pusiera a Robert en su lugar, como hizo Félix Mendelssohn redescubriendo a Johann Sebastian Bach y sus pasiones; o que se reconozca la obra de Fanny, seguramente más arriesgada y más avanzada por ello que la de su hermano, no supone ningún menoscabo de la obra de Félix, salvo para los acomplejados.
El documental «Fanny: The Other Mendelssohn» realizado por Sheila Hayman retrata a una Fanny capaz de rebelarse con valentía contra la costumbre establecida si la entendía injusta, pero no contra la opinión de su hermano, con quien se formó y a quien admiraba. Y supo buscar la fórmula de desarrollar su creatividad musical, aun renunciando al protagonismo, con generosidad, pero también con sufrimiento. Démosle el beneplácito de que su dolor no haya sido en vano.