El filósofo francés Francis Wolff anda estos días de gira presentando la primera traducción al español de su imprescindible «¿Por qué la música?». El libro lo acaban de publicar al alimón las firmas Serie Gong y El Paseo, en la que podría ser la primera de una interesante historia de colaboración editorial. Cuesta entender, atendiendo a las críticas recibidas por esta obra tras su publicación hace casi un lustro (Le Monde lo calificó como el mejor libro sobre música escrito nunca), el retraso con que este trabajo se ha publicado en español. Más aun, si tenemos en cuenta que Wolff es un hispanófilo reconocido.
En cualquier caso, bien está lo que bien acaba. Admito que tenía ganas, metafóricamente hablando, de hincarle el diente a esta obra inmensa, tanto por su extensión como, especialmente, por su profundidad. Las preguntas más sencillas, explica el propio Francis Wolff, son las que tienen respuestas más complejas. Éste es un libro de filosofía, ahora que algunos quieren erradicarla de los planes de estudio. La filosofía consiste en plantearse preguntas y buscar las respuestas para tratar de entender mejor el mundo en el que vivimos.
Francis Wolff define la música como el arte de los sonidos. Es una definición que ha mantenido desde su infancia, por más que su pensamiento haya evolucionado desde entonces haciéndose más complejo y, al mismo tiempo, más clarificador. Lo demás es ruido. Eso lo añado yo. Como cuando vocifera la grada de un campo de fútbol. La presentación del libro de Wolff coincide en Sevilla con un lamentable espectáculo de hooliganismo futbolístico, que nos muestra como seres primitivos, hombres de las cavernas (que no de la caverna de Platón), mientras la música, según el mayor filósofo francés de su tiempo, que es el nuestro, es un triunfo de la humanidad. No existe, afirma, civilización sin música. O, como diría Fito Cabrales, qué necesario es el rock and roll, qué prescindible el cuero.
Arte abstracto, efectos concretos
La música es la más abstracta de las artes, señalaba Wolff en la presentación del libro. El francés apunta que existen tres artes universales: el arte de la representación de los acontecimientos (que sería la música), el arte de la representación de las cosas (las artes figurativas, como la pintura o la escultura) y el arte de la representación de las personas (la narrativa en sus diferentes manifestaciones). Y distingue, o más bien contrapone, lo universal a lo uniforme.
En su libro se plantea cuestiones como el hecho de que siendo la música un arte abstracto consiga efectos tan concretos en tantas situaciones humanas tan diferentes: hay música para ir a la guerra, para celebrar la vida, para acompañar en la muerte, para incitar a comprar…
En mi vida hay mucha música. Puede decirse que vivo rodeado de música y eso me hace la existencia un poco más fácil. Más bella, al menos. Siempre he dicho que los músicos y la gente que se dedica al noble oficio de la música hacen de este mundo un lugar más habitable. Y aunque ésta tampoco es una verdad absoluta, pues todos los rebaños tienen sus ovejas negras, pienso que sólo podría vivir sin música en un mundo imposible, ya que, como mantiene Francis Wolff, no existe civilización sin música.

No trataré de explicar lo que dice Wolff sobre la música. Para eso está el libro. Pero imaginen su vida sin música. Sin nada de música. Sin ningún tipo de música. No digo sin ruido, sin sonidos. El sonido es una señal de alarma, nos alerta de que algo pasa. Cristales rotos, el claxon de un coche, el timbre de la casa o golpes de nudillos en la puerta, el llanto de un niño, el «¡gol!» que grita la grada, una risa, el ladrido de un perro… Pero la música es otra cosa. Surge de la desfuncionalización de los sonidos. Éstos ya no son ninguna alerta. La música es un acontecimiento en sí mismo, un proceso temporal autosuficiente, según expresión del propio Wolff, en el que cada nota es consecuencia de la anterior, y no de un acontecimiento ajeno a la propia música.
Imaginen su vida sin música. Yo la mía no soy capaz de imaginarla. Y, desde luego, tampoco quiero.