La felicidad es cuando llegas a casa y, da igual cómo haya sido el día, tu perro te recibe con saltos de alegría. Aunque en seguida se vuelva a retomar su letargo en ese rincón del sofá que antes era tu rincón. La felicidad es, en tiempos de sequía, abrir la ventana y oler a tierra mojada. La felicidad es poder permitirse, de vez en cuando, apagar el despertador cuando suena por la mañana para seguir durmiendo.
La felicidad es una sonrisa, un buenos días, un por favor y un gracias. Es el orgullo que produce el éxito ajeno y la satisfacción por el propio. La felicidad está en un te quiero y en el olor a guiso por la escalera. En abrir la nevera y descubrir que hay un postre que te gusta o que puedes tomar, con tu achacosa salud, y que no has comprado tú. Está en dedicar horas a cocinar lo que desaparece de la mesa en pocos minutos. En un ¡qué rico! y en un ¿se puede repetir?
La felicidad es cerrar los ojos y escuchar a Bach, a Brahms, a Beethoven. O a Bob Dylan. Es un violonchelo en la Baixa lisboeta o en el Tribeca de Nueva York. Soñar con la eternidad de la Novena como lo hizo Klimt y disfrutar sin esperarlo, quién sabe si fruto de la casualidad o del destino, de la música de Clara Schumann interpretada por Janine Jansen. La felicidad se encuentra en un aplauso y un ¡brava! y hasta en las flores depositadas junto a una tumba en el cementerio.
La felicidad está en la música, en el arte, en la belleza, en empezar a leer un libro y no querer que se termine, en pararse a contemplar un cuadro como si el tiempo se hubiera detenido
La felicidad está en la música, en el arte, en la belleza, en empezar a leer un libro y no querer que se termine. En pararte como si el tiempo se detuviera delante de un cuadro a contemplarlo para descubrir detalles que son nuevos para ti, mientras te preguntas los porqués y juegas a adivinarlos.
Está en el canto de los pájaros y en las voces de los niños camino del colegio. En un aeropuerto en verano, en las bienvenidas y en los nervios. La felicidad está entre las piedras de la memoria, en una góndola veneciana y en el caballo de un tiovivo en Santander. Es un chipirón a la brasa en San Sebastián, un paseo a caballo entre viñedos, un manuscrito en Berlín o el órgano de una iglesia en Leipzig.
La felicidad es ese instante que te traslada, y no sabes cómo y en ocasiones ni por qué, a un recuerdo, que tal vez creías olvidado. Es el mismo perro del principio corretando por el campo, libre y despreocupado, pero sin dejar de mirar atrás, agradecido.
Felicidad es la aventura de protagonizar tu propia vida, incluso con el dolor, el sufrimiento y la sensación de soledad que con frecuencia lleva aparejados, con la seguridad de saber que cada mañana se nos brinda una nueva oportunidad de ver el sol.
Es poder decidir sin miedo al reproche. Es la libertad de tomar tus propias decisiones, consciente de que nadie puede tomar las de otro y de que nadie, por tanto, puede decidir por ti. Es la aventura de protagonizar tu propia vida, incluso con el dolor, el sufrimiento y la sensación de soledad que con frecuencia lleva aparejados. Pero también con la alegría de las risas, los abrazos y los besos, y la seguridad de saber que cada mañana se nos brinda una nueva oportunidad de ver el sol.
La felicidad es el aquí y el ahora. Ni la nostalgia del pasado ni la espera ansiosa del futuro, que ya habrá tiempo de disfrutarlo cuando se haga presente. Tiene mucho más que ver con el ser que con el estar. Con el amar, que con el querer. Con la forma que cada uno tiene de enfrentarse al mundo. Con el desear, más que con el tener. Es la isla Utopía de Tomás Moro, las piedras del camino antes que el paraíso prometido.
Eso es la felicidad. Ni más, ni menos. Lo demás es un cuento. Y pretender lo contrario sólo conduce a la melancolía.