La experiencia del directo

Observo de un tiempo a esta parte que en los conciertos en vivo no se cuida el sonido como debiera. Y no son los artistas. O tal vez me estoy haciendo mayor y voy perdiendo capacidad auditiva al mismo ritmo al que me vuelvo más quisquilloso cada día. Que también puede ser.

A raíz de publicar mi libro sobre la Historia del Rock Andaluz (Almuzara y Centro de Estudios Andaluces 2018), en algunos foros comenzaron a referirse a mí como «crítico». Y no lo soy. Nunca lo he sido ni he pretendido serlo. Soy periodista. Y en el periodismo de ámbito cultural, aunque las más de las veces el público no lo diferencia, no es lo mismo la crítica que la crónica.

Es la enorme diferencia que existe entre el análisis de un espectáculo desde el conocimiento técnico de una determinada forma de expresión artística, y la narración, desde la experiencia, de un evento que tiene en su centro un determinado espectáculo. No es lo mismo un género de opinión, como la crítica, que uno de carácter meramente informativo, como la crónica, por mucho que éste también incorpore elementos de interpretación, que a veces se confunden con opiniones. No lo son, superado el debate de la imposible, aunque deseable, objetividad periodística.

Cuando asisto a un espectáculo, pongamos por caso un concierto, siempre lo hago por voluntad propia y previo pago de la entrada. Ésa es otra diferencia con la labor del crítico. Nunca ha sido mi trabajo, ni en los periódicos en los que he firmado anteriormente ni ahora, cuando mi sustento no tiene relación alguna con el mundo de la cultura, escribir sobre un concierto, una obra de teatro o una exposición. Y cuando lo he hecho, igual que cuando escribí la Historia del Rock Andaluz, ha sido por pura apetencia. Por la necesidad, si se quiere, de elevarme por un instante por encima de la cotidianidad mundana, tan vulgar. Pero nunca he escrito para hacer reproches a los artistas. ¿Quién soy yo para cuestionar un trabajo que en la vida sería capaz de hacer?

Quiero decir con esto que la posibilidad de que salga satisfecho del concierto es muy alta, porque la predisposición para ello la llevo puesta de casa. Y, sin embargo, cada vez más, me vuelvo de los conciertos con un sabor agridulce en la boca… y en los oídos.

La propuesta y la experiencia

Est sábado, el inclasificable Califato 3/4 (léase Califato 3 por 4) ofrecía en Sevilla el primer concierto de su gira «Êcclabô de libertá» (léase Esclavos de libertad). La propuesta musical, esa fusión de hip hop, electrónica y musica andaluza, entre flamenco y marchas de Semana Santa, resultó sobresaliente. La puesta en escena no se quedaba atrás. ¿La experiencia? No estuvo al nivel.

No sé si fue la acústica de la sala, una mala sonorización o un público al que le costó entrar en el concierto y que, mientras los músicos tocaban sobre el escenario, conversaban a voz en grito sobre los asuntos más variopintos. En particular, yo tuve acceso a un nivel de detalles que nunca hubiera querido sobre las consultas médicas a las que tuvo que acudir la señora madre de la chica que estaba a mi lado hasta que terminaron por operarla, porque cualquier solución para lo suyo pasaba por el quirófano. Me alegro, en cualquier caso, de que esté mejor la buena mujer…

La conversación de esta muchacha con sus acompañantes llegaba a mis oídos con más claridad que lo que provenía del escenario, un sonido que llegaba hecho bola al público, especialmente en lo que a voces se refiere, saturadas y chirriantes, que resultaban desagradables. Salvo, lo cual no era mi caso, que uno se conociera el repertorio al dedillo y no necesitara oírlo para que en su cabeza se entendiera, por mor de la memoria, hasta la última metáfora de las letras.

También puede ser que me esté haciendo mayor y que mi agudeza auditiva empiece a no ser la que fue. Pero yo ya había escuchado a Califato 3/4 en grabaciones, en sus videoclips, en Spotify… Y sé que nada tiene que ver con lo que se oyó en el concierto el sábado. Es una lástima, ciertamente. Por su sonido cuidado, su más que solvente técnica, la calidad de su fusión, y porque sus letras no dan puntada sin hilo, más allá de alguna soflama política de mercadillo, gritada cual ¡Viva Roma! de Silvio para solaz del respetable. No poder disfrutar de todo eso le resta, en mi opinión, enteros a una vivencia irrepetible como un concierto en directo.

Un problema generalizado… o mío

Es un problema generalizado, que vengo observando desde hace tiempo y me hace replantearme si los directos siguen ofreciendo la experiencia impagable, única, anticopia, de siempre. O si tal vez nunca la ofrecieron. Hay grandes bandas, cuyos directos nunca fueron su fuerte. Por ejemplo, Triana, uno de los mejores grupos de la historia de la música en España, pero con un directo, según relatan quienes los escucharon, complicado.

A mí me lo contó el propio Eduardo, que se las veía tiesas para hacer sonar su guitarra flamenca junto a la batería y los teclados de sus compañeros. Sin embargo, se supone que las dificultades técnicas con que se topó el trío formado por Jesús, Eduardo y Tele, hace años que debían estar superadas. Y, a mis cuarenta y diez, que diría Joaquín Sabina, yo recuerdo conciertos con un sonido perfecto. Sin ir más lejos, algunos del ubetense.

O quizá sea que los espectáculos tienen necesidades que no cubren las salas de concierto. Que una sala puede ser muy buena para el teatro pero no para la música. O no para cualquier música. Por la acústica, por la sonorización… O quizá sea que el nivel de exigencia del público, una parroquia generalmente entregada a sus venerados ídolos, sea cada vez menor.

O, tal vez, quizá los técnicos de sonido deberían confiar menos en los cascos que recogen el sonido que llega directamente de los micrófonos y los instrumentos a la mesa de mezclas, y pensar en lo que va a escuchar el público a través de los altavoces. Tal vez, digo…

El caso es que el concierto de los Califato 3/4 del sábado me dejó un poco frío. Y me da rabia. Porque estaba deseando escucharlos en directo y lo que estaba ocurriendo sobre el escenario, con invitados de lujo (el chanclista Pepe Begines, Miguel ‘Dandy Piranha’ de los Derby, Tomás de Perrate y otros muchos…), un maestro de ceremonias como Chaparro, sus temas clásicos, nuevos y renovados, sus alegrías, sus marchas de Semana Santa y su hip hop, parecía que era la hostia.

Creo que me voy a tener que comprar el disco.

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