Jueves Santo: Donde la semana se da la vuelta

La madrugada del Viernes Santo custodia el tarro de las esencias de la Semana Santa de Sevilla. La semana avanza en un imparable 'in crescendo' hasta este momento. Después, en la recogida, ya nada será igual.

(Texto publicado en El Mundo el 1 de abril de 2010)

Cuando ya nada sobra, cuando de todo lo prescindible se ha prescindido, cuando lo importante ha dado paso a lo fundamentalísimo, cuando el todo se ha reducido a la parte y la parte al uno, cuando lo divisible ya no tiene partición posible, entonces queda la esencia. Cuando llega la noche y cuando llega el día, cuando la voz se calla porque se rompe y las fuerzas fallan por la larga espera, cuando la semana gira sobre sí misma e inicia el camino de vuelta, cuando todo busca el origen, entonces queda la esencia.

Cuando uno cree que ya lo ha visto todo y descubre que aún se le eriza el vello, cuando uno sigue sintiendo el pellizco por muchas veces que haya asistido al milagro, cuando aún queda esperanza, entonces queda la esencia. Sevilla inicia el camino de vuelta en la madrugada, porque ya más no queda. Sólo en esa noche larga las fuerzas que se han ido regresan con el eco de una marcha cuando por Alcázares se acerca la Virgen de la Esperanza. El cansancio huye como huye la noche al amanecer el día. Las levantás perfectas, la mecida corta y serena, flores las justas y música con nombre propio: Macarena.

Engalanados

El Jueves Santo, la ciudad se pone sus mejores galas. Mujeres de mantilla en la Puerta Osario y en la Magdalena, en Los Remedios y en la Anunciación. En la iglesia del Salvador, canastilla de plata para el nazareno.

La calle Laraña se estrecha al paso del misterio de la cofradía de Santa Catalina, que sale de los Terceros. Y la Virgen del Valle llora con desconsuelo en la iglesia de la antigua Universidad.

El jueves amaneció en otra madrugada y aún es jueves aunque el reloj diga lo contrario. Que el reloj no entiende ni de pasos ni de saetas

En la capilla de la calle Feria, los costaleros rezan el rosario en el huerto de los olivos, a la misma hora en que los nazarenos blancos de la cofradía de los Negritos inauguran la carrera oficial cuando llega el fúnebre paso, con sus hermosos faroles oscuros, del Cristo de la Fundación.

El Jueves Santo amanece, pero no muere. Es un día que en realidad son dos, aunque sin transición. La madrugada del Viernes Santo te sorprende, aunque no quieras. La Cruz de Guía de los nazarenos primeros se adueña de la Campana y aún por la calle Feria anda enseñoreándose el palio que más suena por los rosarios que coronan sus varales. Y, en la plaza del Salvador, el Señor de Pasión pone broche de plata a una jornada inmensa.

Transición

Sólo tiene un inconveniente el Jueves Santo. Da igual que la Quinta Angustia estrene el bronce de un paso antiguo. O que el palio de cajón de la Virgen de la Victoria se pasee un año más, cada vez menos cigarrera, por la Puerta de Jerez. Llegará la madrugada imparable y se apoderará de la noche.

El Señor del Gran Poder, en su templo.
El Señor del Gran Poder, en su templo.

El Gran Poder saldrá de San Lorenzo y la ciudad se rendirá bajo su amplia zancada desde el primer instante y hasta el último. Impresionante y sobrecogedor en la calle que lleva su nombre y en la del cardenal que fue el párroco Marcelo Spínola, bajo la estatua de Daóiz en la Gavidia o bajo la de Murillo frente al Museo de Bellas Artes, en el arco del Postigo y en Arfe, en la calle Zaragoza, en Gravina, sin más música que el sonido de las alpargatas de los costaleros al pisar el suelo.

Música de capilla en la cofradía que se tiene por madre y maestra. Jesús Nazareno se abraza a una cruz de carey y plata mientras del fagot y del oboe salen notas como saetas y el olor del incienso se mezcla y confunde con el del azahar que adorna el palio de la Virgen de la Concepción.

Y también está Manuel, el Cristo de la Salud, el nazareno moreno que lleva de cirineo al barrio de San Román batiendo palmas por bulerías para aliviar la angustia de la Virgen gitana.

Calvario

Jarras de plata con flores rojas flanquean al Cristo muerto de la Magdalena en la plaza de Molviedro. Austeridad de esparto, sobriedad severa. Ni es noche ni es día en el Arenal, que es madrugá. Por el Baratillo se entretiene un paso que anda como se anda en Triana, mientras las cornetas gallean de pura emoción, que se contagia y se transmite como un virus a través de la informe bulla.

El Señor de las Tres Caídas parece no querer cruzar el puente aún, que es pronto. Está esperando al día, como Triana espera a la Esperanza. Y el día le echa un pulso que terminará perdiendo.

Perfil de la Macarena.
Perfil de la Macarena.

Esperanza

Todo son duelos en la madrugada. Noche y día, sobriedad y fiesta, Macarena y Triana. Bajo el arco de la antigua muralla árabe pasan dos filas interminables de nazarenos y una centuria romana colorea la noche con las plumas blancas de avestruz de sus cascos y pone banda sonora al primer paso. En Triana no hay muralla, que es un río lo que la cerca, ni hay arco, que hay un puente, que vibra sin miedo al paso de la cofradía.

La Esperanza se demora, pero al final siempre llega. Capirotes verdes en la calle Feria y en la de Pureza, en Correduría y en el Altozano. El cansancio hace mella, porque el jueves amaneció en otra madrugada y aún es jueves aunque el reloj diga lo contrario. Que el reloj no entiende ni de pasos ni de saetas.

Pero cuando llega… Por los oídos o por los ojos, por el olfato y hasta por las piernas, de abajo a arriba, se cuela dentro y ya no te deja. El dolor desaparece, los sentidos vuelven a estar alerta. Por la esquina asoman las flores y se adivina el paso. Y entonces uno vuelve a descubrir que la espera ha valido la pena.

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