Desde la ventana sólo se ven estrellas. Muchas y muy brillantes. Sólo en medio de la nada uno es capaz de entender su insignificancia. Y eso es lo que nos hace grandes y capaces de aspirar a la felicidad. La consciencia de lo efímero, lo pasajero, la vida, la muerte… Nada importa. Este mundo daba vueltas antes de que pusiéramos un pie en él. Y lo seguirá haciendo cuando nos bajemos los que ahora ocupamos el autobús. Y continuará girando millones de años…
En el fondo somos como una gota de aga en el océano, como un grano de arena en el desierto de Wadi Rum, el mismo que cruzó Lawrence de Arabia para atacar Aqaba, cuyos cañones apuntaban al Mar Rojo. El mismo en el que coincidimos por primera vez quienes vamos a vernos este fin de semana. Han pasado tres años, creo. Si no me fallan las cuentas. El mundo tardó millones de años en llegar a ser lo que hoy es. A nosotros nos bastaron 15 días para trabar una bonita amistad. En este tiempo, prácticamente no ha habido contacto entre todos. Algunos han sido papás, otros lo van a ser; alguno ennovió y volvió a la soltería, algunos viajaron a China y algunos aparecieron de nuevo desde la nada… Pero ha bastado tocar retreta una sola vez, y ahí que nos vamos a ver todos. Un fin de semana, un instante según el tiempo del mundo. Es lo de menos. Lo importante es el momento, difrutarlo, aprovecharlo.
Ya tengo ganas de que amanezca…