Nos hemos acostumbrado a guardar minutos de silencio con la indiferencia de quien hace la cola para comprar el pan. No nos exige nada. No nos compromete a nada. Pero nos sirve para apaciguar nuestras conciencias manifestando en público una solidaridad farisea. Un minuto, reloj en ristre. Y a otra cosa.
Las condenas silenciosas no son condena, salvo que el silencio se vuelva un estruendo. Y ello no es posible en medio de tanto ruido. Es la otra guerra, la de la propaganda, la de la ignorancia. Habíamos vivido ya guerras televisadas y asistimos ahora a un nuevo fenómeno, el de una guerra retransmitida a través de las redes sociales, que no cambia lo que ocurre en el campo de batalla, pues los muertos, muertos son, pero sí condiciona el resto de los tableros.
La mentira del cormorán empapado en petróleo se repite, pero elevada a la enésima potencia. Ya hemos visto imágenes de videojuegos como si fueran escenas de la guerra de Ucrania. Y lo que nos queda por ver. Los mensajes interesados de los troles se sirven de la amplificación ignorante que proporcionan las redes sociales para propagarse como un mal virus.
Si no entiendes lo que pasa, mejor quédate callado, dicen algunos, que, sin embargo, no renuncian a intentar convencerte con su mensaje. Suyo o de quien sea. Interesado, parcial, siempre. Blas de Otero pedía la paz y la palabra: «Silencio, sombra, vacío». Yo reclamo la paz y el silencio. No un silencio cómplice, sino quedo, reflexivo, respetuoso, que en el peor de los casos no contribuya a aumentar el ruido en el que nos desenvolvemos a diario. Un día, al menos, uno solo, sin ruido, sin bulos, sin mierdas…
Un día entero, sólo uno, sin mentiras, sin bulos, sin mierdas… Al menos 24 horas sin redes sociales, ni para escribir mis mensajes ni para leer a otros. Necesito el silencio, no para cambiar el mundo, sino para protegerme del ruido ensordecedor
#HuelgadeSilencio, #MiércolesdeCeniza, #2deMarzo
Nadie va a renunciar a su opinión, ni al derecho a manifestarla. Pero también existe el derecho a que no nos sintamos intimidados. Un conocido ruso de alguien a quien conozco bien, un simple conocido, ni siquiera un amigo, le escribe en privado para decirle «no te has enterado de nada». Y le da unas explicaciones que nadie le ha pedido justificando la invasión de Ucrania por parte del Vigía de Oriente. «El que no se ha enterado eres tú», le responde: «Yo sólo estoy en contra de la violencia».
No es sólo la guerra que se libra en Ucrania. Los expertos epidemiólogos se transforman ahora en analistas geopolíticos, como antes fueron vulcanólogos y, siempre, politólogos. Y yo tengo la sensación de que cada vez sé menos de todo. He visto a las mismas personas (anónimas o conocidas) defender una postura y su contraria en el mismo parlamento, sin dejar de hablar. Porque hace tiempo que no importa el qué, sino el quién, una suerte de «superyó» freudiano y maquiavélico, que aspira a imponer su propia moralidad individual a la colectividad.
Necesito el silencio. Y por eso este miércoles, 2 de marzo, Miércoles de Ceniza en el mundo cristiano, haré huelga de silencio. No voy a entrar en mis redes sociales, en ninguna, en todo el día. Ni para escribir ni para leer lo que escriban otros. No lo hago por nadie, lo hago sólo por mí. No pretendo cambiar el mundo con este gesto. Sólo siento que necesito protegerme del ruido ensordecedor. Una cura de desintoxicación, una limpieza mental. Necesito oír los sonidos del silencio. Quien quiera, que me siga. Pero que lo haga en silencio. Que no me lo cuente.