Hoy, al salir de Coutances, el pequeño dispositivo decidió llevarnos por unos preciosos caminos entre los pueblecitos normandos. El matiz «curioso» era la persistente lluvia que convertía la tierra en barro y las estrechas carreteras en pistas de patinaje. Y el problema no es caerse a baja velocidad. Lo dificil sería levantar las motos con el cargamento que llevan. De todas maneras, toquemos madera -no boscosa, sino de la propia cabeza- para no tener que averiguarlo. Y, para rematar la faena, al salir de la preciosa ciudadela amurallada de Mount Saint Michel, nuestro querido amigo comenzó a dirigirnos por los preciosos caminos que comunican las aldeas de la zona. Quizás no sabía que casi todo este área linda con una famosa marisma, inundable cuando sube la rápida marea. O quizás tenía algún kilobyte en su memoria que le hacía pensar, como a quien suscribe, en los exquisitos pescados de estero que aquí podrían pescarse, a las gaditanas maneras. Aunque, creo que afortunadamente, nuestro inseparable amigo viajero estas maravillas gastronómicas aún no las conoce. De momento, sin duda.
Cierto es que, como bien me corrige Ignacio, cuando hemos «tirado de intuición» desobedeciendo las indicaciones del amigo electrónico, hemos realizado recorridos más largos. Y que cuando hemos seguido las señales «convencionales», también hemos atravesado pequeños pueblos y villas. Pero también es cierto que un servidor prefiere -al menos en ocasiones- perderse por los caminos y acabar preguntando a un interlocutor lugareño.