Goles al arcoiris

Mi mujer, a la que no le gusta el fútbol (igual que a mí, desde hace unos años) no conocía la expresión «ése no le mete un gol al arcoiris». Pero entendió lo que significaba en el lapso de tiempo que transcurre desde que se tira un penalti hasta que se falla, no una sino dos veces. Salvo aquel espejismo que duró cuatro años, de 2008 a 2012, en el que se alinearon los planetas de la calidad, el trabajo y la humildad, la selección española de fútbol nunca ha estado entre las grandes. Por mucho que siempre se haya dicho que era una de ellas.

Por edad, mi memoria alcanza a la selección de Santamaría y el Mundial de España 82; a la de Miguel Muñoz y la Eurocopa perdida frente a la anfitriona Francia, para la que España se clasificó (en Sevilla, por cierto) in extremis, gracias al 12-1 frente a Malta; a las de Luis Suárez, Vicente Miera, Clemente, Camacho e Iñaki Sáez. No fue hasta la llegada de Luis Aragonés (y no inmediatamente) cuando se consiguió formar un equipo que jugaba al fútbol de verdad, que no aburría a las ovejas y que ganaba.

España ganó la Eurocopa de 2008 en Alemania, y Aragonés se fue. Lo sustituyó Vicente del Bosque y con él, aprovechando los mimbres tejidos por Aragonés para aquella España del tikitaka, la selección consiguió alzar la Copa del Mundo en Sudáfrica en 2010 y revalidar su título de Campeón de Europa en 2012. Fin.

Desde entonces, nada. Ni acercarse a una nueva final. La campeona cayó en Brasil en la fase de grupos. Y cuatro años más tarde, en Rusia, en octavos de final. Y en la última Eurocopa disputada antes de ésta, que se jugó de nuevo en Francia y a la que llegaba con la vitola de haber conquistado las dos anteriores, la selección española hizo las maletas en octavos.

Yo sí entiendo el malestar del público con la selección. Nunca viví, desde 1982, una euforia y un orgullo de ser español similares a los de 2010, cuando la gente rescató las banderas de España, guardadas bajo una manta de complejos desde los años de la Transición, y se echó a la calle a manifestar su alegría en comunión con el resto de los españoles. Españoles de izquierdas y de derechas, del sur y del norte, ricos y pobres…

En un momento como el de ahora, con los indultos del Gobierno de Pedro Sánchez a los promotores de la intentona separatista de Cataluña sobre la mesa, la selección española debería jugar un papel importante como cohesionadora de una sociedad muy rota por las derivas políticas de los últimos años, por la crisis económica, la ocasionada por la pandemia de covid-19 y la estructural, y por la falta de esperanzas, con independencia de que gane o pierda sus encuentros.

España, la selección española, no es ahora reflejo de la sociedad española, se mire por donde se mire. La gente reclama a los jugadores, jóvenes millonarios de éxito, el mismo esfuerzo que los ciudadanos de a pie deben hacer para ir superando los obstáculos de esta crisis, que se diría perpetua, en que vive. Y no lo ven. El público reclama a los jugadores que demuestren una actitud de querer superar la adversidad como la que cada uno, en su día a día, se ve obligado a demostrar, y ésta ni está ni se la espera.

Así que, sí, Morata y los otros diez. En España se opina porque es fácil y gratis, y porque afortunadamente, de momento al menos, tenemos ese derecho y esa libertad. Y os diré lo que opino: que con vuestra indiferencia, apatía, desgana, indolencia e insolencia, le podéis echar la culpa al césped o al público, pero ya os adelanto que no vais a ser capaces de meterle un gol al arcoiris. Pero, claro, eso a vosotros os da igual.

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad