Vivimos una época de falsas certidumbres. La religión, sea cual sea, aporta certezas al ser humano, le da respuesta a aquello que no la tiene y le hace caminar seguro, aferrado a una verdad. A su verdad. La nueva religión es laica e incluso atea, me atrevería a decir. Pero igualmente tiene sus dogmas de fe.
Por ejemplo, en aras de la divina democracia, lo cual es a la democracia lo que la Divina Comedia de Dante a la comedia, se condena el ejercicio de la libertad individual. ¿Cómo? Pues castigándola con el escarnio, mismamente, y señalando inquisitorial pero democráticamente, faltaría más, al que defiende por encima de todo su opinión, por más que su opinión se mantenga firme y sea la de su partido la que se ha vuelto del revés como un calcetín.
Es sólo un ejemplo. Pero al que desobedece las consignas impuestas por su partido se le llama tránsfuga. Da igual el qué o el porqué, las muy democráticas consignas políticas están para que se sigan sin que se cuestionen, cual verdades reveladas por la divinidad. Los nuevos mandamientos y el mesianismo de toda la vida: el que no está conmigo está contra contra mí.
Ocurre en todos los partidos. Sin excepción. Ahora se habla de bloques de izquierda y bloques de derechas, como si la teoría de los vasos comunicantes sólo fuera tolerable por filiación ideológica, pero hace muchos años un antiguo alcalde la de antigua Izquierda Unida me contaba, en vísperas de unas elecciones municipales que ganó, que cómo iba él a aliarse con su oponente del Partido Socialista si es a éste, y no al resto, al que le disputaba los votos.
El transfuguismo tiene mala prensa. Pero parte de una concepción errónea de la democracia. Así lo veo yo. Si los votos son a los partidos y no a las personas, concedámosles a aquéllos en los respectivos parlamentos un voto ponderado en función de los resultados electorales. Pero si resulta que el voto es a las personas, habrá que confiar en ellas, en su honestidad y en su criterio. Y si cumplen o no con la disciplina de partido es algo que dependerá, precisamente, de su honestidad y su criterio, y de la honestidad y el criterio de los dirigentes de los partidos.
Habría que preguntarse, además, si realmente el transfuguismo es algún tipo de traición, si lo es siempre o sólo en algunos casos… y, si lo es, quién traiciona y a quién se traiciona. Si lo hace quien promete primero no pactar con separatistas ni violentos y luego donde dijo digo dice Diego, o quien se mantiene firme en su palabra. Y si la traición se comete contra quien lo ha puesto en una lista electoral o contra quien le ha dado su voto para que de esa lista pase a ocupar un cargo electo.
El transfuguismo no es el único caso de perversión democrática. También lo es considerar la defensa de la libertad de expresión sólo cuando coincide con la mía y perseguir la de quien se sitúa en frente de mis propias posiciones ideológicas. Ahí está el caso, por ejemplo, en el Cádiz del alcalde Kichi, de lo que ha ocurrido con el periodista, dramaturgo y poeta José María Pemán, franquista por la Gracia de Dios.
O también es una perversión democrática esa obsesión por el igualitarismo, que es a la igualdad lo que un paseo por el patio de la prisión a la libertad. Leo una reciente entrevista al ministro Manuel Castells en la que afirma que «Condenar a los alumnos por un suspenso es elitista, machaca a los de abajo y favorece a los de arriba». El mismo día y sin conocer la entrevista, me escribe una amiga, profesora de instituto, indignada porque a un compañero suyo su jefa de departamento le ha corregido el suspenso que puso a un alumno para convertirlo nada más y nada menos que en un notable. Sin revisión de examen, sin evaluación de criterios…
¿De verdad que todos somos iguales? No digo que no tengamos todos los mismos derechos, por supuesto. ¿Pero de verdad son tan de fachas los méritos personales, el esfuerzo, el espíritu de sacrificio o la propia capacidad innata de las personas? Yo no considero un suspenso como un castigo, como hace el ministro Castells, pero no quiero que, llegado el caso, en el quirófano me abra en canal el cirujano al que le aprobaron sus suspensos en un ejercicio de antielitismo, para que no hubiera diferencias entre «los de arriba» y «los de abajo», en palabras del ministro. Quiero al mejor siempre: en el quirófano, en la escuela… y al frente del Ministerio. Llamadme loco.