Hay una muchacha que estos días atrás ha dado el paso de consagrase como virgen seglar a los ojos de la Iglesia católica. Desconocía que en la actualidad existía esa opción. Incluso que hubiera existido nunca una liturgia específica para quien entregara su virginidad a Dios al margen de las congregaciones religiosas al uso. Y eso que me precio de haber tenido una formación religiosa que agradezco y de la que en ningún caso me arrepiento, a pesar de mi desapego actual respecto a la Iglesia y a la religión.
Precisamente por tratarse de un acontecimiento infrecuente, algunos periódicos, están en su derecho, lo consideran noticia. La prensa cuenta su caso y publica fotos del rito de su consagración celebrado en la Catedral de Sevilla, que en nada cambiará su vida más que en la relación personal y espiritual que la joven mantenga con Dios y que a nadie tendría por qué importar. La muchacha seguirá viviendo con su familia, saliendo con sus amigos, trabajando en lo quiera que estuviera trabajando y haciendo su vida con normalidad. Lo demás no importa. Si es virgen o no, mientras sea por propia voluntad, ¿a quién afecta?
No me escandaliza su caso. Me sorprende, como digo, porque no había oído hablar de vírgenes seglares consagradas. Tuve amigas, siendo joven, que decidieron meterse a monjas. No sé qué ha sido de ellas. Les perdí la pista, la verdad. No por su vocación, sino porque la vida lleva a cada uno a recorrer su propio camino. Por esta razón, tampoco tengo tratos hoy con quienes fueron mis mejores amigos en tiempos muy pretéritos, en el colegio o en el instituto, por ejemplo. Creo que alguna de estas amigas metidas a monjas abandonó años después el convento pero no la actividad misionera que realizaba en él. No importa, en cualquier caso. Eran sus vidas. Y tenían y tienen derecho a tomar sus propias decisiones, con absoluta libertad.
Sí me escandaliza, sin embargo, cierto revuelo que ha causado la noticia en determinados ámbitos. Principalmente en ese patio de vecinos mal avenidos que son las redes sociales, donde todo el mundo se cree con el derecho a decir a los demás lo que tienen que hacer y a sentar cátedra sobre lo que está bien y lo que está mal.
Si alguien decide voluntariamente ser virgen y ofrecer ese sacrificio a su Dios, quiénes somos los demás para juzgarla. No somos mejores que ellos. No es la religión, no es la virginidad… ¡Es la libertad, idiotas!
Armarios y baúles
Que todos tengamos una opinión y el derecho a manifestarla no significa que tengamos derecho a cuestionar las decisiones que otros toman libre y voluntariamente y que sólo les afectan a ellos. Otra cosa sería, obviamente, que las decisiones que esas personas adoptaran, basadas en su fe, afectaran a la libertad de otros. Como el anuncio de las autoridades cataríes de mandar entre 7 y 11 años a prisión a cualquiera que exhiba la bandera arcoiris del colectivo LGTBI durante el próximo Mundial de fútbol. Pero no se trata de eso.
En estos días de reivindicación de armarios abiertos, llama la atención el hecho de que aún hay personas a las que les gustaría encerrar en un baúl todo aquello con lo que no comulgan. Es lo que tiene anteponer el falso discurso de la igualdad a la libertad como bandera de la democracia. No todos somos iguales. No todos tenemos que ser iguales. Y la democracia ni la sociedad de la que ésta emana se tienen que resentir por que así sea. ¿Dónde queda la pluralidad? No sólo política o ideológica, que también, porque a veces da la impresión de que no se puede disentir. Sino religiosa, cultural, estética y de cualquier otro tipo.
La diversidad sexual está muy bien. Celebrémosla y disfrutémosla con respeto. Pero admitamos que hay opciones que no entran en nuestros cánones. Obviamente, nada nos obliga a participar de ellas. Pero si alguien decide voluntariamente ser virgen y ofrecer ese sacrificio a su Dios, quiénes somos los demás para juzgarla. No somos mejores que ellos. No es la religión, no es la virginidad… ¡Es la libertad, idiotas!