Cuando al fin arranqué la moto en Sevilla, no sabía lo que me iba a encontrar en la sierra de Gredos. Imagino que tampoco lo sabrían los que salían de Burgos, Madrid o Badajoz. Cada vez que uno viaja en moto se siente protagonista de una aventura que nunca sabe qué le va a deparar, pero que intuye que se va a convertir en una experiencia grata. Unas veces, tal vez por los paisajes, por las carreteras, por los lugares que recorre en su moto… Otras, por lo que de reto tienen estos viajes, la cantidad de kilómetros que uno puede llegar a hacerse como un llanero solitario en pos de un encuentro breve, el sentimiento de felicidad que produce superar las pruebas. ¿O es que nadie nos ha dicho nunca eso de ‘estás loco, tan lejos, solo…, mejor vete en coche’? Pero la mayoría de las veces, si la experiencia resulta grata, es por culpa de la gente que uno se topa en el camino.
Lo he dicho en ocasiones, que lo más importante de los viajes, lo que te queda, es la experiencia de la convivencia. Los lugares están ahí, estaban desde mucho antes de que nosotros llegáramos y ahí seguirán por los siglos de los siglos. Siempre podremos volver a los mismos sitios, a los mismos pueblos, a las mismas casas, circular por las mismas carreteras… Son las personas, pues, las que hacen que las experiencias sean únicas, mágicas irrepetibles… Podremos volver a juntarnos, podremos ser más, podremos ser otros, podremos reirnos más, pasarlo mejor… pero será otra experiencia. El fin de semana que hemos pasado en la sierra de Gredos cuatro personas que no se conocían previamente, ése nunca más se repetirá. Pero podremos revivirlo en el recuerdo (para eso están las fotos, para eso están las crónicas) sólo los afortunados que hemos tenido la suerte de vivirlo. A los demás, les queda sólo soñar con lo que otros hemos vivido… y, si les gusta la experiencia, apuntarse a la proxima.
La clave está en dejarse llevar, en no crearse expectativas de ningún tipo, en tener una actitud abierta a vivir experiencias nuevas, en no marcarse más que un objetivo: disfrutar de la moto y de la gente. Habrá más y, quizá, mejores fines de semana. Pero no serán como éste. En el recuerdo quedará que hubo quien confundió con el de una Harley Davidson el sonido de un tractor, los ronquidos estremecedores de algunos de los compañeros de expedición, el chiste con puesta en escena de la gallina, lo providencial que fue que quien contó el chiste se hubiera acordado de él a tiempo de guardarse algunas servilletas en el bolsillo, la exposición de los cuerpos serranos durante el baño en el río, los escarpines de uno, las camisetas frikies de varios de ellos, cuando uno cambió antibióticos por cerveza y al día siguiente tenía la garganta como una bota, la inutilidad de un ordenador portátil en un lugar sin wifi y casi sin cobertura para el móvil, la sensación de tiempo detenido y la tranquilidad que esto mismo nos producía, los desayunos de tostadas con jamón en plena Castilla, el paisano customero de Candelario que nos recomendó para comer irnos a otro pueblo, el que subió la Covatilla en una Daystar de 125 y que no sabemos si bajó tal y como trataba la moto, a cada uno de los expedicionarios marcando territorio en el punto más alto de la Sierra de Béjar, las risas, los miedos, el viento en la cara…
Este relato se acaba aquí. Se habrán quedado cosas por contar, otras se habrían podido contar mejor, con más gracia, con más profundidad. Pero así ha salido. Como el fin de semana. Arranca y a donde te lleve la moto. La crónica ha sido igual. Sabéis que no había tomado ni una nota, no había pensado en nada. Al llegar a casa, me senté delante del ordenador, y a escupir los recuerdos, las vivencias, las emociones. Yo he disfrutado en el viaje y recordándolo en estas cuatro entregas. Así soy yo, así me gusta a mí la moto. Espero que lo hayáis disfrutado tanto como yo. Los que me acompañasteis en Gredos y los que lo hacéis ahora desde vuestras casas, disfrutando como si hubiérais estado con nosotros. A todos, muchas gracias.
Salud y libertad.