Emocionante Selva Negra

Es casi la 1 de la mañana. Es lunes por la noche, hace horas que no se ve a nadie por las calles de Neustadt. Sólo los kébabs permanecen abiertos, aunque vacíos. Hoy nos hemos tomado un whisky para celebrarlo. Hace algo de frío y Ferrán se ha ido a fumar y yo me he quedado actualizando el blog. Pienso en la jornada de este lunes y recuerdo haberme emocionado. Dejábamos atrás Baden-Baden y nos dirigíamos a Freudenstadt. Teníamos intención de llegar hasta Friburgo im Breisgau, pero no había forma de que el GPS nos condujera por el interior de la Selva Negra, así que lo que hicimos fue plantear la jornada en cuatro etapas. Noté que el vello se me erizaba y alguna lágrima se asomaba a la puerta de mis ojos. Es una estupidez, lo sé, pero en ese momento sentí por primera vez que había valido la pena hacerse 2.400 kilómetros de autopista aunque fuera nada más que para recorrer esos 60 o 70 kilómetros que ya nos habíamos adentrado en el corazón de aquel impresionante bosque, tan tupido que no deja pasar la luz.

La lluvia nos ha respetado. Ha sido insistente, pero suave, salvo los últimos kilómetros antes de llegar a Freudenstadt, en que nos llovió con más fuerza, así que aparcamos las motos y aprovechamos para comer, antes de continuar hacia Triberg, tal vez el centro neurálgico de la industria del reloj de cuco. Y de Triberg a Friburgo. Pensábamos quedarnos allí a dormir, pero nos daba pereza, después de haber atravesado numerosos y encantadores pueblitos, entrar en una ciudad grande en busca de alojamiento. GPS, para qué te quiero… Próxima estación, Neustadt. Y aquí estamos, en el hotelito de un motero (sus fotos sobre la harley que guarda en el garaje junto con las motos de sus huéspedes lo acreditan) que ofrece facilidades (no económicas, por cierto) a los motoristas que se alojen en él.

No diré que es difícil explicar con palabras las hermosísimas sensaciones que hemos vivido recorriendo carreteras plagadas de curvas y, con excepciones mínimas, con un firme perfecto por medio de inmensos bosques de abetos y praderas infinitas. Tampoco que hay que verlo para comprender la magnitud de su hermosura. Ni siquiera aquello de que las fotos que hemos tomado hoy no reflejan en su plenitud la belleza de los paisajes que se nos ofrecían a nuestro paso. Sí diré que pocas veces me lo he pasado tan bien sobre la moto, que pocas veces el aire frío en la cara me ha resultado tan revitalizador… Y que sí sé ya que ha valido la pena el viaje. Y eso que no ha hecho más que empezar.
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