El vino en la literatura (I)

Érase una vez un pueblito riojano, de nombre Berceo, donde nació un niño llamado Gonzalo, que se convirtió en poeta y clérigo del Monasterio de San Millán de la Cogolla, donde los historiadores localizan el origen del español como lengua propia diferente del latín. Gonzalo de Berceo fue el primer poeta que utilizó la nueva lengua romance. Y se estrenó con unos versos enjugados en vino.

Érase una vez un pueblito riojano, de nombre Berceo, donde nació un niño llamado Gonzalo. Este niño creció entre viñedos y se convirtió en poeta, clérigo y notario eclesiástico del muy cercano Monasterio de San Millán de la Cogolla, donde los historiadores localizan el origen del español como lengua propia diferente del latín. El propio Gonzalo de Berceo fue el primer poeta que utilizó la nueva lengua romance. Y se estrenó, como no podía ser de otra forma, con unos versos empapados en vino:

Qiero fer una prosa en romanz paladino,
en qal suele el pueblo fablar con so vezino,
ca no so tan letrado por fer otro latino:
bien valdra, commo creo, un vaso de bon vino.

[«Quiero hacer un poema en lengua clara, 
en la que el pueblo suele hablar a su vecino,
pues no soy tan letrado como para hacer otro [poema] en latín; 
[esto] bien valdrá, según creo, un vaso de buen vino.»]

El filólogo Miguel Ángel Muro, en su libro El cáliz de letras: historia del vino en la literatura, recopila unas 1.600 citas vinculadas al vino, desde Herodoto y Homero a William Shakespeare, Gustave Flaubert, Honoré de Balzac, Miguel de Cervantes, Italo Calvino o Leon Tolstoi, sin olvidar la Biblia, el Corán o Las mil y una noches. La unión entre literatura y vino es una realidad que se remonta a prácticamente el inicio de la escritura.

El vino es en la época de Gonzalo de Berceo un elemento esencial de las mesas de la corte, de la burguesía y de los refectorios de los monasterios, no tanto en las mesas más populares. El cultivo de la vid, además, constituía un elemento económico esencial para la nobleza y el clero. Por ello se dictan leyes que protegen este cultivo, y ésa es la razón por la que en esta época comienzan a tener determinadas regiones españolas fama por su producción de vinos.

Juan Ruiz había nacido en Alcalá de Henares. También fue clérigo, como Gonzalo de Berceo, aunque él ejerció en Hita, provincia de Guadalajara. Hoy los vinos de esta comarca forman parte de la Denominación de Origen Vinos de Madrid. Pero en la época en que el Arcipreste de Hita escribió su Libro de Buen Amor, la producción vitivinícola de la zona era muy importante, y así fue hasta el siglo XVIII. Las bodegas de Hita (o bodegos, como se les conoce en la zona), más de un centenar, habían sido excavadas bajo las viviendas del casco antiguo a lo largo de la Edad Media. Justo cuando Juan Ruiz andaba por aquellos lares, advirtiendo contra los excesos con el vino, en una inmoderada sociedad como fue la medieval. 

«Faze perder la vista e acortar la vida,
tira la fuerça toda si’s toma sin medida,
faze temblar los miembros, todo seso olvida,
ado es el mucho vino, toda cosa es perdida.

«Faze oler el fuelgo, que es tacha muy mala,
uele muy mal la boca, non ay cosa que’l vala,
quema las assaduras, el fígado trascala;
si amar quieres dueña, el vino non te incala.

«Los mones enbriagos aína envejeçen,
en su color non andan, sécanse e enmagresçen,
fazen muchas vilezas, todos los aborresçen;
a Dios lo yerran mucho e al mundo desfallesçen.

«Ado más puja el vino qu’el seso dos meajas,
fazen roído los beodos como puercos e grajas;
por ende vienen muertes, contiendas e barajas;
el mucho vino es bueno en cubas e en tinajas.

«Es el vino muy bueno en su mesma natura,
muchas bondades tiene si se toma con mesura;
al que de más lo beve, sácalo de cordura,
toda maldat del mundo faze e toda locura.

El autor de El Lazarillo de Tormes, primera novela picaresca de la literatura española e iniciadora del género, hace referencias al vino a lo largo de toda la obra. Muy al principio, el protagonista de la novela le roba el vino al ciego, y éste, al darse cuenta, le rompe un jarro en la cabeza. En cierto modo, la novela representa el cumplimiento de una especie de profecía que se pronuncia en ese primer capítulo, cuando el ciego, tras humillarlo reiteradamente a cuenta de aquel jarro de vino, le advierte:

“Yo te digo que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tú”.

Al final del relato, de hecho, Lázaro, en Toledo, anuncia como pregonero real:

“Tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas, y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecución por justicia y declara a voces sus delitos”.

Fernando de Rojas, que abre en la Edad Media la puerta al Renacimiento con su Tragicomedia de Calisto y Melibea, pone en boca de la alcahueta Celestina un elogio del vino que bien merece nuestra atención. Sempronio y Pármeno acuden a la casa de la vieja, donde los esperan sus prometidas Elicia y Areúsa, y Celestina los invita a comer:

“Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias. Tanto nos diesen del paraíso cuando allá vamos. Poneos en orden, cada uno cabe la suya; yo, que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo.

Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque quien la miel trata siempre se le pega de ella. Pues de noche, en invierno, no hay tal escalentador de cama. Que con dos jarrillos de éstos que beba, cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. De esto aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad; esto me calienta la sangre; esto me sostiene contino en un ser; esto me hace andar siempre alegre; esto me para fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año, que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza; pone color al descolorido; coraje al cobarde; al flojo diligencia; conforta los celebros; saca el frío del estómago; quita el hedor del anhélito; hace potentes los fríos; hace sufrir los afanes de las labranzas; a los cansados segadores hace sudar toda agua mala; sana el romadizo y las muelas; sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua.

Más propiedades te diría de ello que todos tenéis cabellos. Así que no sé quién no se goce en mentarlo. No tiene sino una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo hace daño. Así que, con lo que sana el hígado, enferma la bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo, una sola docena de veces a cada comida. No me harán pasar de allí salvo si no soy convidada como ahora”.

La ebria sensatez y la sobria locura

Y Miguel de Cervantes hizo vivir al idealista y soñador protagonista de El Quijote sus más delirantes aventuras en tierras de vinos. Recordemos, por ejemplo, la encarnizada lucha que el Caballero de la Triste Figura libra contra unos odres llenos de vino que tenía almacenados el posadero de la venta donde yacía convaleciente de sus delirios. O el Bálsamo de Fierabrás, con el que el caballero sana milagrosamente, después de ser «apaleado» por el moro encantado mientras dormía, del que el caldo de la vid resulta uno de los ingredientes de la pócima milagrosa junto al aceite, sal y romero.

El propio Quijote en ningún momento de la novela aparece como consumidor de vino, por no ser propio de caballeros andantes, y sin embargo, su fiel escudero, Sancho Panza, sí que disfruta con frecuencia del contenido de la bota. Así es, por ejemplo, cuando Don Quijote embiste contra los molinos de viento mientras Sancho caminaba «muy despacio sobre su jumento, y de cuando en cuando empinaba la bota con tanto gusto que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga”.

En la poesía del Siglo de Oro podemos encontrar algunas referencias al vino, como la siguiente, atribuida a Luis de Góngora, que no ocultaba su evidente enemistad con otros poetas coetáneos:

“Hoy hacen amistad nueva, más por Baco que por Febo, don Francisco de Quebebo y Félix Lope de Beba.”

El mismo Góngora también escribió:

En el dedo de un doctor 
engastado en oro vi 
un finísimo rubí, 
porque es siempre este color 
el antídoto mejor 
contra la melancolía; 
yo, por alegrar la mía, 
un rubí desaté en oro; 
el rubí me lo dio Toro, 
el oro Ciudad Real. 
¿hice mal?

De Toro precisamente era el coplero Alonso de Toro, que en sus pliegos de cordel da noticia de una vendimia notablemente abundante en su zona —los alrededores de Toro y Zamora— y en su tiempo, en 1531:

En Villalar y Pedrosa,
Bozales y san Román,
ya no vale el vino cosa,
casi de balde lo dan;
pues en Toro, do naciste,
hallé, en los bollos del hito,
un vino tinto bendito,
que en vuestra vida tal vistes.

En la ciudad de Zamora,
en la calle de Valvorraz,
¡Bendita nuestra Señora,
que tabernas hay asaz!

En Casaseca de Chanas
y en Casaseca de Campián,
tanto de vino nos dan,
que cantamos más que ranas.

En Corrales y en Perdigón,
y en la Fuen del Carnero,
aunque lleve el pobre un cuero,
lo henchirá sin dilación;
en Venialbo y en la Fuente
Cantalapiedra y Cantalpino,
muy alegre está la gente
que cogieron mucho vino.

Villarino y La Ribera
y la villa de Fermosel,
mucho vino, en gran manera,
y más suave que la miel.

(Continuará…)

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