El frío en la cara, el olor del otoño

Crónica de una escapada en moto hasta el Monasterio de Tentudía, en la provincia de Badajoz, huyendo de la lluvia y buscando el encuentro con uno mismo que supone salir a rodar con la moto. Es necesario parar de vez en cuando, y dejar que el tiempo avance sin nosotros.

He vuelto a sentir el frío en la cara. Y en las piernas. He vuelto a notar el aire en la carretera y a oler el otoño, la tierra mojada, la leña de la chimenea… He disfrutado de nuevo de la sensación de libertad en un paisaje de dehesas durante una fría mañana de otoño. Casi fantasmal por la niebla en el último tramo, ya llegando a nuestra meta volante. Café caliente y bocadillo de jamón extremeño. Y vuelta a la carretera, tratando de esquivar la lluvia a la que, al final, hemos dejado que nos alcance. ¿Para qué correr?

La idea inicial había sido llegar hasta Sagres, en Portugal, y desde allí visitar el Cabo de San Vicente, donde el Atlántico da la vuelta en su camino hacia el Mediterráneo, que aún le queda lejos. Ésa era la intención. Pasar la segunda parte de este inusual puente festivo en el punto más alejado del Algarve. Pero el tiempo atmosférico se alió en contra nuestra y de la sequía. A Dios gracias.

Lo intentamos también hacia el norte de Extremadura. Incluso hacia Toledo. Pero nada. Lluvia por todos lados. Lluvia a todas horas. Barajamos hasta la posibilidad de llegar a nuestro destino, el que fuera, y refugiarnos un par de días en los bares de la zona a la espera de que la lluvia nos diera una tregua para poder regresar a casa a tiempo de incorporarnos a nuestros quehaceres diarios tras el espejismo de estas minivacaciones.

Pero ninguno de estos planes tenía sentido. Salir con la moto es otra cosa. No hay que esconderse de la carretera, cuando lo que importa es el camino y no el destino. Y la lluvia, tan necesaria por otra parte, nos había dejado sin escapatoria posible.

Hace un par de semanas, después de muchos meses con la moto aparcada, recorrimos diversos puntos de la Sierra de Aracena en una escapada relámpago. Como la de hoy. También éstas tienen su encanto. Yo he hecho viajes largos pero no desdeño las escapadas a sólo un par de horas de distancia. Son botones de muestra de lo que supone salir con la moto: el frío en la cara, el aire en la carretera, el olor del campo, la sensación de libertad… El encuentro más íntimo con uno mismo, sin testigos, sólo tú. Sólo cada uno. Donde no cabe el engaño ni la autocomplacencia, donde todo es cierto y lo cierto es que es necesario parar de vez en cuando, y dejar que el tiempo avance sin nosotros.

Vivir y rodar

Salir con la moto a hacer kilómetros es muy parecido a vivir. La mayoría lo hacemos con algún amigo, gente de confianza con la que hablar cuando paras a echar gasolina o para tomar un café que te caliente el cuerpo en una mañana fría como la de hoy. Pero, en realidad, estás solo. Tú y tu moto, que sólo hará lo que tú quieras que haga. Correrá, si quieres tú; parará cuando tú decidas, y seguirá el camino que tú marques, ya lo tengas planificado o lo vayas improvisando conforme vas recorriéndolo.

A la vida llegamos solos y de ella nos vamos solos. Y vivimos solos, porque nadie puede vivir más vida que la que le ha tocado en suertes. Aunque haya gente a nuestro alrededor. Hoy la carretera estaba tranquila. Hemos tirado por la N-630 cuando todo el tráfico, suponemos que relativamente intenso en una jornada laborable en un mes con tantos festivos, opta por la autovía, la A-66. Sí la hemos tomado a la vuelta, por eso de llegar a casa antes que la lluvia. Aunque al final decidimos, casi, dejar que nos alcanzara cuando ya estábamos a pocos kilómetros de casa.

Salir con la moto a hacer kilómetros es muy parecido a vivir. A la vida llegamos solos y de ella nos vamos solos. Cuando sales con la moto estás solo. Tú y tu moto, que sólo hará lo que tú quieras que haga: correrá, si quieres tú; parará cuando tú decidas, y seguirá el camino que tú marques, ya lo tengas planificado o lo vayas improvisando conforme vas recorriéndolo

El tiempo, frío pero seco, casi todo el rato. La carretera, razonablemente seca también, salvo en los kilómetros finales de la subida al Monasterio de Tentudía, en Calera de León, provincia de Badajoz, donde la humedad que la niebla había dejado en la carretera se mezclaba con abundante hojarasca y algo de barro de las fincas colindantes con la carretera. La niebla se había ido levantando antes de que nosotros fuéramos llegando, por lo que la visibilidad no ha sido tampoco un problema. Sólo al llegar al monasterio, ubicado a 1.120 metros de altitud, aquélla se había vuelto densa, hasta el punto de que la mole del monasterio se antojaba casi irreal, fantasmagórica.

Paisaje de dehesa, piaras de cerdos y reses bravas pastando en el silencio roto por los tubos de escape de dos chopper bastante silenciosas, para lo que es habitual en estas máquinas. A mí no me gusta el ruido, lo reconozco. Más bien al contrario, me desagrada. Aunque conduzca una custom. La mía es japonesa y suena grave pero prudente, su motor es recio pero discreto. Álamos, pinos y chopos en la zona más alta. Ovejas pastando y un mastín como comite de bienvenida.

Al regreso, por la autovía, paramos a comer en una famosa venta frente al complejo arqueológico de Itálica, en Santiponce. Papas arrugás y carne a la brasa para seguir calentando el cuerpo. A la hora de la siesta, las motos dormían ya en el garaje. Pronto volverán a rugir.

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