Viajar en moto es, en pequeña escala, como la vida misma. Una vez que uno empieza a rodar, no hay forma de volver atrás y continuar viviendo. Hay cosas que hay que hacer previamente para que todo salga como debe salir. Ésa es la disciplina. Es condición sine qua non, circunstancia necesaria, aunque no suficiente, para garantizar el éxito de la empresa. Igual que el niño ha de recibir una formación y ha de crecer en un ambiente y con unos hábitos saludables para no tener que lamentarse más adelante, el motero debe hacer también sus deberes, y los debe hacer a su debido tiempo.
Viajar en moto, como la vida, requiere algunos sacrificios que, por lo general, se verán en algún momento compensados en forma de satisfacciones. La disciplina obliga al motero a tener la moto a punto antes de emprender el viaje, la revisión pasada, el depósito lleno, el equipaje hecho y la ilusión por el viaje a tope. El viajero en moto debe madrugar, sobre todo en verano, para avanzar lo más posible antes de que lleguen las horas malas de calor. Y debe desayunar frugalmente; una mala digestión en la moto se puede terminar convirtiendo en un verdadero infierno.
Viajar en moto requiere un disciplinado ritmo de marcha, sin más interrupciones que las precisas para repostar y tomar algo, preferiblemente líquidos para rehidratar lo que hemos perdido durante la marcha. No es bueno pararse a comer, porque se interrumpe la marcha y se llena el estómago, lo que puede provocar también sueño. Claro que hacerlo con hambre tampoco es recomendable. Si el viaje está bien planificado, al mediodía se detendrá la moto y ya no volverá a cogerse hasta el día siguiente. A partir de ese momento, se puede comer, dormir la siesta, hacer turismo y todo lo que el viajero quiera hacer y tenga a su alcance… Viajar también requiere descansar y, por supuesto, disfrutar; es parte de la disciplina.
Pero también hace falta paciencia. Como en la vida. Por mucho que los niños quieran adelantar el momento de convertirse en adultos, éste no llegará más que cuando tenga que llegar. Ni antes ni después. En el camino ocurre algo parecido. Cuando lo importante no es el destino, sino el camino, el viajero está obligado a disfrutar cada momento, cada curva, cada juego, cada paisaje, cada libro, cada adelantamiento, cada amor… Al final, seguro, todo llega.
Hoy hemos salido Emilio y yo para recorrer una distancia equivalente a la de la primera etapa de nuestro próximo viaje a Inglaterra. Queríamos probar el ritmo de marcha que llevaremos y cómo íbamos a ajustarnos el uno al otro. El día 15 de agosto, Dios mediante, viajaremos de Sevilla a Salamanca. Eso sí, dado como está el verano, y haciendo uso de la disciplina obligada en el viaje, hemos decidido buscar un hotel con piscina en la capital charra. Ya queda menos.