El albergue de Outeiro está en medio del bosque. Es un lugar precioso, en medio de la nada. Maravillosas vistas e impagable el silencio. Y nada más. El vacío. La nada.
Sabíamos que el entorno del albergue tenía pocos servicios. Pero no imaginábamos que el albergue también. Tiene cocina, pero no tiene menaje. Es decir, que aunque traigamos el te con nosotros, como hace Javier, no hay forma humana (ni de ninguna forma) de que calentemos el agua. Por no tener, no tiene ni microondas, que se les averió ayer, casualmente. Ni mantas tiene. Pero dice el hospitalero que no nos preocupemos, que si hace frío salta la calefacción. Algo es algo.
La etapa desde Silleda es de 24 kilómetros, con una fuerte bajada y subida final. Muchos peregrinos (es una forma de hablar, muchos peregrinos no tiene este tramo nunca) prefieren quedarse en Ponte Ulla, justo donde acaba la bajada y comienza la subida del final de la etapa. Es lo que ha hecho el matrimonio italiano con el que venimos coincidiendo desde Cea. Pero esos cinco kilómetros habría que sumárselos a los de la etapa de mañana, en la que debemos llegar a Santiago, y hemos preferido que la de mañana sea una etapa corta.

La etapa de hoy
La de hoy ha sido relativamente cómoda (salvo los 7 u 8 últimos kilómetros, por la bajada hasta el río Ulla y su posterior subida, que ya he comentado), pero con muchos kilómetros por asfalto.
El entorno donde se erige el albergue de Outerio (del concello de Vedra) es todo lo contrario, puro bosque, pura naturaleza. Para descansar, para escribir, para pensar… para echarse una siesta como la que me voy a echar en este momento, para soñar…

Tengo ganas de llegar a Santiago y celebrar, de nuevo, que he sido capaz. Quiero volver a abrazarme a Javier como hace 16 años y acordarme de todos aquellos que me acompañan sin estar, y que me aligeran el peso de la mochila y masajean mis piernas para que no se acalambren, cuando mis pasos se encaminan ya, imparables, hacia el campo de las estrellas.