Los seguidores de este viaje -lo siento por ellos, que han de conformarse con el relato del mismo y no pueden disfrutar de sus placeres, espirituales y carnales-, los seguidores de este viaje, digo, se quedaron ayer sin la correspondiente entrega. Pido disculpas y anuncio que es posible que vuelva a ocurrir. Las cosas se tuercen, lo uno lleva a lo otro, echa una copa aquí, otra allá… y te dan las tres de la mañana y no muy sereno. La culpa hay que echársela a Arzak. Sí, como leen. Porque si Arzak no veraneara en Negreira por un asador de carne gallega que hay por esos lares, es posible que Pepe Ferrer y su familia, mis amigos de El Puerto de Santa María, no hubieran ido a cenar a Negreira. No entienden nada, ¿verdad? Ahora se lo explico. Al menos voy a intentarlo.
Empezemos por una ración de tópicos: El mundo es un pañuelo, sería uno. Los caminos de la vida se entrecruzan constantemente, podría ser otro. ¿Qué haces tú por aquí? ¿Yo? ¿Y tú?… Salimos de Oviedo relativamente tarde. Mi compañero de viaje quería visitar la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, que guarda, entre otras muchas reliquias, la cruz con la que el rey don Pelayo se levantó contra los moros para reconquistar algo que siglos después se terminaría llamando España. Y no abría hasta las 10.15 de la mañana. No importa, estamos en vacaciones, qué prisas tenemos, etc.
Casualidades de la vida, un compañero de departamento de Emilio en la Universidad, Antonio, había anunciado su llegada a la capital asturiana el mismo día en que nosotros la abandonábamos. Y, precisamente, hacía el mismo camino que nosotros, pero en sentido inverso. Total, que quedamos en vernos con él a medio camino, en la hermosa población pesquera de Cudillero para desayunar… Aunque terminamos almorzando el pixín (rape) que no habíamos conseguido comer en los dos días anteriores en Oviedo, y una ventresca de bonito del norte, bastante apetitosa, por cierto. Cerveza sin alcohol y coca cola zero, fotos con las pintorescas casitas de pescadores al fondo, besos y abrazos, que tengas buen viaje, vámonos que nos vamos… y suena el teléfono.
Era Pepe, que se había venido a hacer una ruta gastronómina con Maca, su mujer, y sus dos hijas, Macarena y Belén, sin la excusa del románico. Por la mañana habían ido a Noia a comer pulpo y al día siguiente partían hacia Oporto. Quedamos en vernos por la tarde en Santiago, y así ocurrió. Terminamos tomando una copa en el Café Literario de la Quintana de Mortos, frente a un escenario a medio montar en el que este lunes cantará un tal Tom Jones. Y nos dieron las tres…
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Descubrí hace 18 o 19 años, de la mano de Rosa y Jacobo, y junto a varios amigos, entre ellos mi hermano Víctor, el sobrecogedor monasterio de Sobrado dos Monxes, como se llama el pueblo en el que está enclavado, precisamente por la importancia que tuvo en su época aquel monasterio. Me dejó impactado. Fue algo que se cruzó en mi camino entonces y que ahora ansiaba volver a él. Hemos atravesado, para llegar al monasterio, un pueblo que se llama As Cruces -no necesita traducción-, y nos hemos fotografiado con las motos junto al cruceiro que hay junto a la espectacular iglesia del monasterio. Es la primera foto que nos hemos hecho junto a un cruceiro estos particulares peregrinos motorizados. El monasterio, por cierto, ha cambiado bastante. Por fuera está igual que como lo recordaba. Por fuera y por dentro. Sólo que entonces estaba vacío, casi desconocido del mundo, y hoy está convertido en un albergue de peregrinos del Camino de Santiago.